Creer en el orden del caos: La música del not noise de Kenyo

mayo 20, 2025
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Kenyo fue la encargada de musicalizar la obra «VI(H)DA» de Kevin Magne, que se estrenó en Matucana 100 en abril luego de pasar por residencias artísticas en Teatro Huemul y Centro NAVE. La tarea la realizó usando máquinas que ella misma fabrica, que generan armonías con sonidos que podrían calificarse simplemente como ruido. Kenyo encuentra música en el bullicio que existe en la calle y reivindica el valor de meter boche. “Me tomo de eso como una rebeldía, porque siempre me han hecho callar mucho. Siempre he tenido esa rabia. ¿Por qué tengo que quedarme callada?”, dice.

Es una filosofía, entonces, le digo a Kenyo esta tarde. Estamos sentadas en un café conversando sobre lo que hace, pero para entender realmente lo que hace, el not noise, antes me tiene que explicar lo que es el noise y cómo se generan los sonidos que componen los acordes de su música, que escuché por primera vez hace un par de días en la obra VI(H)DA y que suena diferente a todo lo que yo había escuchado antes. 

Para que yo pueda entender, Kenyo se ayuda con recuerdos: a veces, en su casa, cuando la lavadora sonaba de fondo y en la radio había alguna música y por la calle pasaba el carro de bomberos haciendo estallar la sirena, había un pequeño momento en el que el cruce de todos esos ruidos le parecía una sinfonía. Es una filosofía, entonces, le digo, creer que en lo que parece caos en el fondo hay una armonía. 

Como respuesta, ella sonríe y estira su mano encima de la mesa, como si me estuviera mostrando un anillo de compromiso, pero lo que me enseña son sus nudillos, que llevan tatuadas cada una de las letras que forman la palabra C – A – O – S.

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Supe del montaje de danza VI(H)DA en enero, un par de meses antes de que se estrenara en Matucana 100, cuando Kenyo me habló de la obra sentada en mi pieza, mientras yo doblaba ropa y ordenaba mi clóset. Kenyo se estaba quedando en nuestra casa porque vive en Valparaíso y estaba haciendo una residencia corta en el Teatro Huemul para trabajar en la obra que terminaron estrenando en abril, tres meses después de ese día y tras su paso por otra residencia artística en Centro NAVE en marzo. Nuestra casa tiene una pieza pequeña que suele recibir a amigas, amigos de amigos, amigas de amigos de amigas. 

Kenyo se quedó cuatro días y ese, el segundo, pasó a saludarme después de volver del ensayo. Conversamos un poco: no habíamos tenido tiempo de conversar el día anterior. Qué haces en la obra, le pregunté, y me dijo: la música. Casi de inmediato me comentó que yo tenía muchos libros y le respondí: es mi biblioteca del duelo. La palabra duelo destrabó todo. Le conté de mis muertes, me contó de las suyas. Su única hermana, su madre, su papá, su padrastro. No tengo nadie de mi familia vivo, me dijo. Después agregó: ya ha sido tanta muerte que me pareció que era tiempo de VI(H)DA

El día del estreno de la obra, la productora nos advirtió antes de entrar: hay tapones en los asientos porque nuestra Kenyo es ruidosa. Entonces reparé en eso: nunca le pregunté a Kenyo en qué consistía su música, su trabajo. Ese día lo supe. Eran sonidos que emulaban otras cosas: procesos del cuerpo, ecos de la naturaleza, ruidos domésticos. Y sí, todo eso era una sinfonía.  

Me pregunté cómo se llegaba a hacer lo que ella hace, que se llama formalmente noise pero que ella define como not noise

Me pregunté cómo se construían las máquinas que ella hace, con las que fabrica sus sonidos. 

Me pregunté cómo era de niña la mujer que ahora se dedica a esto. 

Cuando la abracé, después de la función, le pedí esta entrevista. 

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¿Quién le robó el sombrero al profesor? ¿Quién, yo? Sí, tú. Yo no fui

¿Quién, yo? 

Kenyo. 

“Kenyo puede ser cualquiera”, dice. “Puede ser nadie, puede ser cualquier persona. El apellido invisible que va con eso es Choi. Y es otra forma de decir Quién Yo Soy, porque en verdad no sé quién soy yo. Por lo general veo que la gente tiene mucha seguridad sobre cuál es su identidad. También es una forma de mantenerme un poco en el anonimato: ponerme un nombre así, medio neutro, medio que no es de nadie”, explica. 

Kenyo tiene 35 años y vive en Playa Ancha, en la misma casa donde creció. Estudió Odontología varios años, pero no terminó la carrera: la echaron poco tiempo después de la muerte de su mamá. Ahora está estudiando sonido. Se dedica a explorar el diseño sonoro para confeccionar sus propios módulos de sintetizadores analógicos, creando texturas y atmósferas que intentan emular el paisaje sonoro del territorio. Ha creado dos EPs, Subaqua Corpórea e Infernópolis, y ha participado en diversas actividades relacionadas con el arte sonoro, la música experimental y el “ruido” o noise.

El noise, explica, tiene algo político. “Es una forma media contestataria de hacer algo que no es música, supuestamente, sino el gesto metafórico de meter bulla, y además hacerlo usando cosas de una manera no convencional. Si vas a usar una guitarra, la vas a usar de otra manera: no vas a hacer acordes, no vas a hacer melodías. Podrías, por ejemplo, sacarle las cuerdas y amplificarlas. Lo que tomo del noise es la parte de usar formas no convencionales para hacer música, que también dicen que no es música, pero para mí sí es, totalmente”,  comenta Kenyo. “Yo sí hago cosas que son ruidosas y que son estridentes, pero las máquinas que hice, las hice pensando en hacer precisamente lo que hacen los instrumentos convencionales: encontrar ritmos, encontrar acordes, melodías, pero hacerlo de una forma distinta, con métodos distintos”. 

Su camino con el not noise empezó en una casa okupa de Valparaíso, donde tomó un taller de sintetizadores analógicos hace varios años. Así hace su música: con máquinas que construye para producir los sonidos con los que compone sus melodías.

“Las máquinas que hago son instrumentos, las construí pensando no en meter bulla, sino en todo lo contrario. Es ruido, sí, porque emula los ruidos: el de la lavadora, el de los buques, el de la electricidad, el de los gritos. Emula eso, pero trato de hacer que esté compuesto, que tenga un esquema, notas, ritmo, compases y estructura. Intento mezclar esos dos mundos, que se supone que no se mezclan, pero una es porfiada”, agrega. 

Las máquinas tienen una ciencia compleja: sintetizadores, módulos, generadores de tono, osciladores, hackeo de chips, contadores binarios, ondas de audio. Conjugar variables matemáticas para llegar a un resultado sonoro: Kenyo tenía ganas de hacer una máquina que emulara los sonidos del mar y de los barcos, reproducir el ruido del lugar donde ella ha existido. 

Había identificado una especie de lenguaje entre los buques, que a veces le hacía sentir que entre ellos estaban conversando. Un barco hacía un pitido que sonaba parecido a wham, otro respondía whem, en una nota ligeramente diferente. En ese diálogo ella reconocía acordes. “Yo decía: esto lo tengo que replicar de alguna forma, tengo armar un puerto portátil”, dice. “Al final, probando componentes de la máquina, cambiando rangos o unidades de medida, llegué a la máquina, que es la Nave. Una nave que navega por el mar. O que replica los sonidos del mar. O algo así”.

–¿Hay sonidos que tú vayas a grabar primero y después los uses? 

–No. Salen de la misma máquina. El chip genera una onda de audio que, con una perilla, tú vas distorsionando. Si vas a la izquierda, es un beat muy lento. Después las vas girando un poco más y el beat es cada vez más rápido.

–¿No es que los saques y los repliques, sino que los emulas?

–Sí. La misma máquina los genera. Y lo que yo hago es modular, mezclar esas ondas, que salen ya mezcladas de una manera, y eso es lo que uno escucha. 

Hace varios años, cuando volvió a vivir a Playa Ancha, una vecina que la conocía de pequeña le dijo: cuando tú eras chica y pasaba el gas, que hacía unas percusiones, salías por el segundo piso y te ponías a bailar. 

Por eso la filosofía. “En algún momento, antes de tocar, empecé a sentir que los ruidos del afuera eran una sinfonía, que todos se conjugaban de una forma perfecta. Quizás intento replicar un poco eso cuando toco, esas apariciones”, comenta mientras me muestra sus nudillos que dicen CAOS. 

–Para mí el desorden es aparente, porque en realidad es orden. Es un orden perfecto, solo que es un orden que nosotros no entendemos. 

–O que no hemos decodificado. 

–O que no nos han enseñado a concebirlo como orden. Pero sí. Eso creo. Si me preguntan si creo en algo, es en eso: en el orden del caos. 

Cree, también, en el ruido. La Real Academia Española de la Lengua lo define como un “sonido inarticulado, por lo general desagradable”, y socialmente tiene una connotación negativa: no hagas ruido, esta persona es muy ruidosa. 

–Y me tomo de eso como una rebeldía, también, porque siempre me han hecho callar mucho. En diferentes circunstancias. Siempre he tenido esa rabia. ¿Por qué tengo que quedarme tan callada, si todo el resto está gritando? ¿Por qué tengo que quedarme callada yo? Si tengo tantas cosas que decir, si tengo la necesidad de expresarme.

–Por eso dijiste: no solo no me voy a quedar callada, sino que me voy a dedicar a hacer ruido. 

–Sí. 

–Y voy a hacer una máquina para hacer ruido. 

–Sí, sí. 

–Y voy a profesionalizar el meter boche. 

–Sí. Sí. Aparte que a mí me cuestan las palabras o el discurso. De esta forma, mi discurso está ahí, no en la palabra sino que en lo audible.

***

Kenyo llegó a VI(H)DA a través de una historia de Instagram que alguien subió, donde se la veía a ella tocando en Valparaíso. Kevin Magne, creadore y directore de la obra, la vio y dijo: quiero que ella haga el sonido de mi obra. La pieza, que también protagoniza Kevin, es un montaje de danza que explora la afectividad, la experiencia y la proyección del cuerpo que vive con VIH. Busca, también, torcer una narrativa muy asociada a esta vivencia: llama a dejar de pensar en cómo no morir y, en cambio, arrojarse a vivir. 

“Nunca me habían invitado a algo así y yo dije, de una, en mi impulsividad, vamos, porque aparte era una obra política. Tenía que ver con el VIH, con la disidencia, con la danza, con la danza performance. Son lenguajes que son no convencionales, desde lugares que son de resistencia o de lucha política”, cuenta. Fueron tres años de trabajo para desarrollar la obra, que tuvo un estreno exitoso donde las reseñas a menudo destacaron el sonido, que era novedoso, envolvente, protagónico.

Le pregunto a Kenyo qué tanto quiere hablar de su vida privada en esta entrevista. Hay cosas que yo sé, que no se relacionan directamente con su música pero que me parece que están ahí, igualmente, influyendo. Sé de las muertes, de los duelos, de los abusos. “Me gustaría hablar de eso porque en general no se me da la oportunidad para hacerlo”, me dice. “También porque alguien podría decir ¿qué tiene que ver una mujer heterocis con el VIH, si no es portadora? En la obra, Kevin habla de un virus que ‘le declara su amor’ y ‘el virus que me declara su amor a mí’ es el abuso: todo lo que hago es de cierta manera una lucha –silenciosa de palabras, pero no silenciosa del todo– porque he sido muy abusada por los hombres, muy agredida”, reflexiona. 

“Me ha sido muy difícil mantenerme haciendo lo que quiero hacer y ser, en vista de que he recibido abuso, abuso, abuso, abuso, abuso, abuso, abuso, abuso, abuso. Ha requerido mucha resiliencia, mucha fuerza y mucha resistencia para decir: no, no me la van a ganar, voy a hacer lo que yo quiera, voy a reventar todos los parlantes del mundo si quiero. Eso no me lo van a poder impedir ni con todo el daño que me han hecho, ni con todo el daño que me puedan seguir haciendo en el futuro. Eso es algo que no depende de ellos”,señala.

Había sido suficiente de muertes y era tiempo de VI(H)DA, me dijo Kenyo en enero, y la obra ha tenido un rol para ella en ese sentido. “Kevin me dio la plataforma para ser más grande, o para tener más seguridad en mí, en la importancia de lo que hago, de la originalidad o de la particularidad de lo que hago, y de su genialidad, porque igual lo que hago es genial. Tomar eso y usarlo. Esa es mi lucha, mi resistencia”, agrega.

Eso es lo que define como su trabajo personal actual: darle la vuelta a la narrativa y tomar todo el sufrimiento como una herramienta para hacer de su propuesta una fortaleza. “Y en esto del duelo… “, plantea. La música es también un lenguaje para atravesar ese dolor. Un par de días después de que le avisaran de la muerte de su hermana, Kenyo tenía que tocar. Pensó en cancelar, pero al final se presentó. “Dije: voy a tocar pensando en que esto es un ritual, en que es un funeral para ella”, recuerda. El único funeral que pudo hacerle.

“Siento que quiero, donde sea que llegue, tener una excelencia que esté a la altura de mis expectativas, porque eso va a significar que yo voy a estar reivindicando las muertes de mi mamá y de mi hermana, que murieron en circunstancias injustas”, dice. “Esa es la pulsión que tengo, ese es mi motor”.

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