Algo donde no quedaba nada. Adelanto del libro “Gordon Matta-Clark. Contra viejas superficies”

febrero 11, 2025
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A excepción del Museo de Bellas Artes de Santiago, ninguno de los edificios donde Gordon Matta-Clark realizó sus intervenciones radicales se conserva en la actualidad. ¿Cómo podemos acceder hoy al profundo material de su obra? La autora de este libro sostiene que esta conexión se logra a través de su archivo. Para demostrarlo, se encarna en Ella, una investigadora chilena que llega a Montreal para estudiar el CP138, la colección de documentos de este arquitecto en el Centro para Estudios de la Arquitectura (CCA). Siguiendo las huellas de Arlette Farge, Javier Guerrero y otros especialistas en archivo, deseo y muerte, se enfrentará a ese asombroso encuentro con el pasado, a la dimensión más personal del autor que investiga. Sin embargo, quien narrará sus descubrimientos no será Ella, sino el propio archivo.

 

El lanzamiento de libro “Gordon Matta-Clark. Contra viejas superficies”, se realizará el próximo jueves 6 de marzo a las 18: 45 hrs. en la Parroquia de la Veracruz (José Victorino Lastarria 124, Santiago).

 

Cada verano llegan hasta aquí estudiantes de programas doctorales de distintas universidades y rincones del mundo a realizar residencias de investigación. Vienen a consultar archivos, observarlos y manipularlos con el fin de entender una dimensión de los autores que los crearon, pero al mismo tiempo para descubrir algo de ellos mismos. Este Centro para Estudios de la Arquitectura parece una institución solemne y convencional, pero lo cierto es que también es un espacio de experimentación que celebra los desvíos y las fracturas en las investigaciones. «Lo que tenemos para ofrecerte en su forma más pura es confusión guiada por un claro sentido de propósito», dice un mensaje escrito en grandes letras grises sobre la pared blanca que está en la entrada, frente al mostrador de seguridad.

 

Ella vino aquí tras un objetivo específico: comprobar que la obra sin título que Gordon Matta-Clark hizo en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de Chile, el año 1971, fue la primera vez que cortó un edificio no residencial.

 

Decidió postular a una beca de un mes porque el archivo de ese autor, convertido en una abundante colección de papeles, películas, libros y objetos, se encuentra resguardado en este centro. Creía que con cuatro semanas tendría de sobra para revisar el poco material que existe de esa enigmática obra, consultar otros documentos asociados y que aun así le alcanzaría el tiempo para recorrer la ciudad. Pero se equivocaba. Una vez aquí, cuando se adentró en el archivo, comenzó a vislumbrar que la vida del hombre tras el nombre excedía las anécdotas biográficas que se conocían de él, y se encontró con una dimensión suya inexplorada y gravitante: los afectos. No se demoró en comprender que su objetivo inicial era demasiado concreto, demasiado disciplinar, de modo que se quedó tres meses estudiando los papeles que dan cuenta de la corta pero intensa vida de Gordon Matta-Clark.

 

Intentando no hacer ruido y manteniendo una postura recta, revisó, uno por uno, los documentos sobre el viaje que Matta Clark hizo a América Latina cuando tenía veintiocho años. Eran principalmente fotos en blanco y negro que tomó durante sus desplazamientos primero por Quito, luego por Santiago y finalmente por Machu Picchu. A Ella, esa realidad setentera que aparecía retratada le pareció lejana e improbable. Casi imposible. Pero la distancia no la desalentó, sino que la animó a más. Creía que ese vacío entre su presente y el de su sujeto de estudio generaba un extrañamiento beneficioso para la investigación.

 

Ella nació cuatro años después de que él murió, nunca llegó a ver presencialmente ninguna de sus obras y no conoce a nadie que lo haya visto en persona. Cuando lo eligió para su investigación, lo hizo consciente de que emprendería una búsqueda de estructuras precarias que fueron intervenidas a punto de destruirse, descomponerse o desaparecer, como ella misma había anotado. Es decir, sabía que estudiaría los bordes de la muerte.

 

La vi intentar descifrar cuáles correspondían a Ecuador, cuáles a Chile y cuáles a Perú. Es poco lo que se sabe del paso de Matta-Clark por Santiago en diciembre de 1971, anotó. Se especula que llegó pocos días antes de que terminara el año y que aterrizó justo cuando su papá –el pintor surrealista Roberto Matta, de visita en el país– se había ido de vuelta a Francia, agregó. También se dice que, para remediar este desencuentro entre el padre y el hijo, el director del Bellas Artes, Nemesio Antúnez (antiguo compañero colegial de Matta), le dio permiso a Matta-Clark y a su amigo Jeffrey Lew –que viajaba con él desde Nueva York– para que hicieran una intervención en el primer piso del museo.

 

Al final del primer día de su residencia, cuando un archivista se acercó a avisarle que ya era hora de salir, Ella estaba desparramada sobre la mesa. Su postura de investigadora académica se había deshecho y se sorprendió al comprobar lo rápido que había pasado el tiempo. Salió de la sala junto al colega italiano. Bajaron la escalera y caminaron por el largo pasillo del primer piso hacia la puerta de salida. Ahí, Ella le contó que había encontrado entre esos papeles que documentaban el viaje de Matta-Clark a América Latina algo que excedía su pregunta inicial de investigación. Una realidad que no tenía que ver con el corte del Bellas Artes, sino con la relación de su sujeto de estudio con las montañas. «¿Y?», quiso saber el investigador italiano. Les tenía miedo, le respondió Ella. Y eso, de alguna manera, lo cambiaba todo.

 

***

 

El primer día de su residencia aquí, cuando Ella y el colega italiano llegaron a la puerta metálica al final del pasillo, antes de salir al parque, él le preguntó qué más –aparte de lo escrito y publicado– se podía decir sobre Matta-Clark. A Ella esa inquietud la tomó por sorpresa y le confesó que no sabía exactamente. Pero creía que se podían ampliar las lecturas sobre su obra si la cronología de sus trabajos se enfrentaba a una línea de tiempo de su vida. Desde que murió ha sido canonizado y sedimentado por la academia como un arquitecto que le tenía rabia a la arquitectura institucional, le dijo. Pero yo no lo veo tan así. Y le mostró en su teléfono la foto del librillo que habían encontrado junto a su exprofesora en el subterráneo del Bellas Artes. Le explicó cómo ese hallazgo había sido una señal que le mostró cómo cuestionar la condición «final o definitiva» con la que se suele presentar a Matta-Clark. Él, mirándola con una sonrisa, le preguntó si no se habría enamorado de un fantasma. Pero Ella no se rio. Tenía la convicción de que las ruinas también inauguran algo.

 

Se ha dicho que el paso de Matta-Clark por el Bellas Artes, al igual que el corte que hizo ahí, fueron fantasmagóricos. Incluso hay quienes consideran que a través de su obra él sintonizó con frecuencias proféticas, como el crítico norteamericano Sasha Frere Jones, quien postula que Matta-Clark sentía la necesidad de «entablar amistad con los espectros». Pero, para Ella, ese librillo firmado por Carol y Gordon, resguardado por casi medio siglo bajo tierra, no era fantasmal. Sino que, muy por el contrario, tenía materialidad, espesor y peso. Era presente y todavía deseaba algo.

 

Los pocos registros que hay en este Centro para Estudios de la Arquitectura del viaje que Gordon Matta-Clark hizo a Santiago de Chile en 1971, están contenidos en una carpeta de viajes y no de obras. Un archivador cuadrado, de cubierta negra, que incluye fotos, postales y algunas cartas. Ese temor a las montañas que Ella descubrió revisando el material era una frase escrita al pasar en una carta a su madre y, aunque parecía anecdótica, no era menor: Ese dato daba cuenta de un sujeto afectivo, con vértigo a la altura y miedo a las montañas que claramente no era el «James Dean enfurecido de la escena artística del SoHo» ni «el héroe de culto de los 70», como se le ha nombrado. Y luego: Analizado desde el archivo de su vida, el arquitecto anarquista que quería desmantelar sistemas opresivos también era un joven que miraba las estrellas de noche y escribía cartas de amor los veranos, como si nadie más que sus novias las fueran a leer.

 

¿Qué tipo de influencia tuvieron las experiencias del miedo, el amor o el abandono en sus cortes?, se preguntó Ella en su diario. Intuía que la muerte y la ausencia lo habían acechado desde su infancia y que la suya había sido una arquitectura que remitía, de manera anticipada, a su propio sepulcro. En ese sentido, hacía aparecer en los edificios vacíos significativos que conectaban con el más allá. Por eso se propuso rastrear ciertos datos biográficos especialmente trágicos que explicaran su permanente proximidad al abismo. Así, dedicaría su residencia a confirmar que esa intuición sobre la incidencia de la muerte y la arquitectura sepulcral en la obra de Matta-Clark tenían un respaldo concreto en sus papeles personales.

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