Isabel Zapata: “Cuando algo me inquieta o me confunde, un poema me regala ángulos distintos”

mayo 28, 2025
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La escritora mexicana conversa sobre su poemario “Una ballena es un país”, publicado en Chile por Falso Azufre. El breve y delicado volumen revisa la relación con la naturaleza, lo micro como espacio político de sobrevivencia y la ballena como metáfora de la inmensidad y trascendentalidad que la autora nos invita a comprender más allá del ensimismamiento.

[Las fotos de Isabel son de Barry Domínguez, Nuria Lagarde, Pepe Molina].

“Siempre le he huido un poco a las definiciones”, parte respondiendo la escritora mexicana Isabel Zapata (Ciudad de México, 1984). Consultada por cómo se aproxima al concepto de eco poesía, agrega, las categorías “estorban al momento de escribir, al menos cuando estamos arrancando un proyecto”. Y es que Isabel transita por la poesía, el ensayo y recientemente publicó una novela, “Troika”, por Almadía; que se suma a los poemarios Ventanas adentro (2002), Las noches son así (2018); y a los ensayísticos Alberca vacía (2019) e In vitro (2021).

Abro el hermoso ejemplar de “Una ballena es un país”, su tapa azul con rocas/hielos plateados en donde, pequeño, nada este cetáceo en su versión magallánica. Lo abro para ver algunos fragmentos que marqué:

“El duelo no avanza en línea recta”

“Lo minúsculo siempre resiste”

“El corazón de un cachalote es del tamaño de un coche pequeño”.

… Estos versos forman parte de esas frases que hoy tienen una línea de lápiz tinta debajo de ellas, para hacerme volver a aquellas palabras que me emocionaron o resonaron más en ese momento que leí el libro. Para recordar.  Para acudir a la nutritiva reflexión que nos propone Isabel sobre nuestro vínculo con la naturaleza, con los otros, con y desde lo micro y lo macro.

Vuelvo a encontrarme también con las referencias visuales que se tejen con la palabra en este poemario, como el rinoceronte de Durero, la perra Laika y la gorila Koko; y que se funden y dialogan con otros formatos como la prosa y un glosario.

Desde planos cenitales que nos permiten ver un mar y las ballenas que transitan milenariamente, hasta la microscopia de la vida, “Una ballena es un país” compone un conmovedor y reflexivo poemario.

Sobre este texto, sus preocupaciones poéticas, los viajes de las palabras y el trabajo de Ediciones Antílope que lleva junto a un grupo de amigos hace una década, va esta conversación.

-Vi que no estudiaste letras. ¿Cómo llegaste a la poesía?

La poesía ha sido para mí una especie de lente para observar el mundo. A veces, cuando algo me inquieta o me confunde, un poema me regala ángulos distintos. No respuestas, pero sí nuevas maneras de plantear ciertas preguntas. Mi formación académica en términos más formales, que es primero en ciencia política y luego en filosofía, no se distancia tanto de esto: al final lo que me ha atraído en diferentes momentos de mi vida es la aproximación a las preguntas sin respuesta, el placer de fracasar en el intento.

[A la imposible pregunta de ¿qué es la poesía?, por ejemplo, Eliot Weinberger responde que la poesía es aquello que merece ser traducido. Para Eileen Myles, la poesía son caminos trazados alrededor de las montañas, porque no podemos atravesarlas. Y por último, alguna vez leí que un niño de diez años definió un poema como un huevo con un caballo adentro].

Sobre cómo llegué a escribir los poemas que conforman Una ballena es un país, te cuento que empecé ese proyecto sin saber en qué se convertiría a la larga. Siempre me han gustado los animales y hace unos diez o quince años estaba muy clavada leyendo divulgación científica. Específicamente había un libro sobre ballenas que me había volado la cabeza (Leviatán o la ballena, de Philip Hoare), precisamente porque retaba a los géneros literarios tal y como yo los concebía y mezclaba información científica con ensayo personal. Por esos años estaba por nacer Leticia, mi sobrina, y pensé que sería lindo escribirle de regalo un poema sobre ballenas. Lo hice, y a partir de eso fueron apareciendo más ideas. Eventualmente renuní todos los textos y los trabajé como proyeco de una beca de escritura que obtuve en 2017: eso se convirtió en Una ballena es un país.

-¿Va cambiando el concepto y focos de interés de la eco poesía?, ¿de la tuya particularmente? Lo pregunto por lo vertiginoso que es a veces lo que vamos conociendo sobre el planeta y sus heridas… incluyendo sus miembros.  

¡Totalmente! La verdad es que en general es difícil mantenerse al día, y aún más en asuntos relacionados con la ciencia. Es como si el mundo nos estuviera corrigiendo constantemente, y todo lo que damos por cierto resulta que no lo es, según el estudio más reciente. Por otro lado, una de las virtudes de la poesía es que no busca la verdad, entonces por más que todo cambie un poema puede seguir resonando en nosotros. Las especies que habitamos el planeta somos al final tan fascinantes, tan asombrosas, tan inabarcables, que no hay manera de que esa curiosidad se agote. Quizá la frustración es menos si empezamos por ahí.

-A partir de ejemplos, casos, anécdotas que tomas, algunos animales adquieren ciertas características mediante la poesía, como la personificación. Más allá de la figura literaria, ¿qué implica adentrarse a pensar simbólica y políticamente estos seres, atribuirles características como el pensamiento, la reflexión?

Humanizar a los animales es una tendencia muy marcada de la literatura; si bien creo que por fortuna cada vez hay más libros que lo evitan. Como seres humanos, nos es muy difícil ver más allá de nuestras narices –somos criaturas profundamente ensimismadas– y hemos enfocado los discursos relacionados con los animales a nuestras propias características, ya sean virtudes o defectos. Muchos relatos con protagonistas animales, por ejemplo, son usados para transmitir enseñanzas o dar lecciones morales, como las fábulas. En Una ballena es un país me interesaba más bien ponerlos al centro, hablar de sus vidas privadas, de lo que ocurre cuando no los estamos viendo. Aunque claro que sólo puede hacerse hasta cierto punto…

-Sobre la dimensión corporal, ¿cuán político puede llegar a ser pensar y escribir el cuerpo animal como tópico?

Toda escritura es política, nuestros cuerpos son políticos, somos políticos incluso en nuestro deseo de mantenernos al margen. En el caso particular de este libro, es innegable que en hay en él un llamado a poner ciertos temas sobre la mesa, temas que son urgentes. Antes de empezar a escribirlo yo me había involucrado en el movimiento animalista desde muchos ángulos: durante una época fui voluntaria en una organización de defensa animal y después me acerqué al tema desde la filosofía política. Creo que cada persona encuentra la trinchera desde donde puede hacer más, y yo sentí que al hablar sobre estos asuntos desde la literatura podía establecer una comunicación más directa y eficaz con los lectores.

-Vi que Ediciones Antílope está por cumplir diez años. ¡Una década! ¿Cuáles son los principales aprendizajes sobre esta aventura que implica lanzarse a hacer libros?

¡Diez años! Lo escribo y no lo creo, sobre todo porque nuestras aspiraciones fueron modestas desde el principio. Los cinco amigos que la fundamos siempre quisimos hacer otras cosas al tiempo que llevábamos la editorial, creo que sentíamos un poco de pánico ante la idea de crecer demasiado. Y bueno, ¿qué te puedo decir? El aprendizaje ha sido total. Estos en años en Antílope me han permitido ampliar mi imaginación y buscar caminos colectivos a los que jamás hubiera llegado en solitario. He aprendido que intervenir un texto sin que éste pierda su identidad ni se vuelva acartonado requiere una serie de decisiones atentas y cuidadosas. Que requiere afecto. Traducir y editar se parecen en eso: exigen la atención completa de quien lo hace. Los editores trabajamos para que el libro resplandezca.

-Tú haces libros. Desde ese punto de vista tienes la experiencia de editora y de editada. En este caso de la Ballena, ¿cómo fue la experiencia con Falso Azufre? ¿Qué piensas sobre las posibilidades se abren con la salida de tu texto por acá en el Cono Sur?

Ha sido una experiencia bellísima, en parte porque le ha permitido a este libro cruzar fronteras y llegar a nuevos lectores, y en parte también porque la labor con Falso Azufre ha sido siempre de mucha complicidad. Son editoras cuidadoras, dedicadas, generosas, y por si fuera poco, brillantes. Desde la edición hasta el diseño y la difusión, este libro ha ganado muchísimo gracias a ellas.

-Sobre tu nueva novela, “Troika”, publicada por Almadía. ¿Cuán flexible eres con los géneros literarios? ¿Te es fácil transitar por sus registros?

Los géneros me ponen un poco nerviosa. No sé qué tan fácil me es ese tránsito entre registros, pero hay algo en mí que me llama a hacerlo, siento que es como cuando de niña te pruebas disfraces o vestidos.

-¿Cuáles son tus actuales preocupaciones poéticas? 

Mi principal preocupación poética actual es encontrar el tiempo para seguir leyendo poesía. Mi vida es ahora un tanto más compleja en términos de organización que hace unos años –tengo una hija de cinco años y estoy esperando un bebé para septiembre–, así que el reto es hacerme un ratito para encontrarme con Szymborska, Viel Temperley, Strand, Oliver, Watanabe o Parra. Eso y lograr que mis hijos y otros niños con los que convivo aprecien la poesía y encuentren en los libros los caminos que se me abrieron a mí.

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