Víctor Quezada: “Es importante la dimensión temporal de un poema pues, en tanto experiencia de escritura, no es recuperable”

A propósito del libro “Cuatro estrellas crucifican la noche”, el poeta antofagastino ahonda en el proceso de revisión antológica y en el desierto como tópico. El libro reúne las obras Muerte en Niza (2010), Yoko (2013) e Insistencia del día (2018) y forma parte de Colección Pleamar. Poesía desde la costa del desierto de Atacama, del catálogo de Pampa Negra Ediciones.
[Las fotos son de Gabriela Herrera]
«Cuatro estrellas crucifican la noche como el trayecto de quien recorre su propia geografía dispuesto a perder orientación, mediante un desplazamiento que excede el proceder textual para referir, a la vez, un retorno al lugar de origen, con el cuerpo a cuestas, el cuerpo que es un surco y luego polvo y solo ruido, un cuerpo que arrastramos y nos seguirá la noche entera”…. Estas palabras forman parte del epílogo que el también poeta nortino Juan Malebrán escribió para el libro “Cuatro estrellas crucifican la noche” de Víctor Quezada.
Publicado por Pampa Negra Ediciones, el libro reúne los poemarios Muerte en Niza (2010), Yoko (2013) e Insistencia del día (2018), casi diez años de escritura del escritor antofagastino.
Editor del blog de crítica literaria La calle Passy 061 (2006-2021), Víctor Quezada obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, México, con el libro “Pero la verdad es que yo despierto”. En sus textos, ya sea en verso o en prosa poética, dando paso a una poesía visual, el desierto forma parte importante de su imaginario escritural.
También, un peculiar ejercicio: escribir como pie forzado por cuarenta días seguidos, al amanecer. ¿Qué puede salir de esto? Sin duda, la subjetividad de su autor respecto a su idea del paso del tiempo, así como la geografía desde donde coyunturalmente se escribe.
Como señaló Juan Cristóbal MacLean en cineyliteratura.cl, en esta obra reunida “la frontera irresuelta entre poética y existencia es una temática de fondo, cuyos acordes resuenan, ya en uno u otro de los volúmenes de su bibliografía rebosante de un minimalismo candente”. Mismo ámbito relevado por Carlos Henrickson señaló para esta revista que “la poética de Quezada pasa, como él mismo lo indica en su nota, por la necesaria encrucijada entre vida y poética, y se hace indispensable determinar mejor el carácter de ese cruce, ya que con ello se verá más claro el peso de sus decisiones escriturales”.

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-¿Cómo fue este ejercicio de revisión que tuviste que hacer para este volumen?
La invitación de Pampa Negra fue una oportunidad para releer en conjunto Muerte en Niza, yoko e Insistencia del día. Uno a veces se queda con algunos asuntos rondando respecto de los libros, algún poema o algún verso. En este sentido, pude dar con una que otra solución alternativa a un par de versos en los dos primeros libros.
En el caso de Insistencia del día, hice modificaciones en el ordenamiento de los poemas, ya que la lectura contínua de los tres libros me pareció que necesitaba de otros énfasis que los que tenía la primera edición: que iba del poema largo como estructura unitaria a su disolución por la vía de las imágenes de la deriva, por un lado, y, por otro, mostraba un ejercicio de cruce entre escritura y vida por la vía de una práctica particular: escribir por cuarenta días al momento del amanecer. Ahora hay un tránsito inverso.
De todas maneras, me resisto a veces a hacer este tipo de ejercicios más o menos extenuantes. Es importante la dimensión temporal de un poema pues me parece que -en tanto experiencia de escritura- no es recuperable. Esto no significa que un texto no pueda ser modificado una vez escrito (todo lo contrario, es lenguaje al fin y al cabo). Ahora más que antes es relevante para mí el tiempo en el que los textos son escritos y el tiempo que les dedico. Según entiendo, un poema -aun pudiendo ser el más complejo de los objetos- es una experiencia muy simple de escritura.
–Planteas en las palabras iniciales de este libro que «el deseo tras el ejercicio de reunir los poemas (…) es que otros caminos aparezcan». ¿Aparecieron?
Siempre aparecen otros caminos. El ejercicio que hablábamos puede ser visto, a la luz de esta metáfora, como un hacerle camino a la lectura. Además del hecho de que en estricto rigor -a pesar del cambio de tono entre un libro y otro- Muerte en Niza y yoko son libros que están vinculados desde su concepción, siendo el primero una puerta de entrada al segundo. O el segundo una puerta de salida al primero.
Yoko es un libro con muchas puertas y también es mi libro favorito entre estos, pues pude llevar a cabo una idea en las dimensiones que me interesaban haciendo uso de estrategias diversas. Es un libro que aparece como juego dialógico con cierta literatura (la epopeya; las vanguardias históricas latinoamericanas) y sus motivos. Libros que tienen esa cualidad de permitir segundas y terceras lecturas y, añado, invitan también a ser fragmentados, recontextualizados, expandidos y transformados por quienes los leen creativamente.
–Hay un cambio de registro entre los libros, de los versos a la prosa poética. ¿Cómo describirías tu estilo poético?
Nunca me he hecho esta pregunta. Recuerdo que cuando era adolescente o joven me interesaba mucho copiar el estilo de los libros que leía: usar las palabras descubiertas, hablar raro, darme a entender apenas y escribir dificultosamente (pues era difícil escribir en el estilo de otrxs y porque era como que no sabía en realidad escribir). Luego entendí que saber escribir es un objetivo de las instituciones -muy importantes y cruciales en la vida de las sociedades, pero- normalizadoras de la educación. Quizás allí radique eso que se conoce como estilo: un modo de expresión propio, paralelo a las hablas y los discursos institucionales de la literatura, las normas y el orden.
Ahora bien, el estilo, ¿no es acaso la cristalización de la literatura en tanto institución? Yo no quiero tener un estilo (un modo propio de expresión individual y objetivable). Sí tengo métodos, caminos, formas de actuar que sigo y en los que procuro perderme para encontrarme por sorpresa al otro lado. Ahora, me interesa generar restricciones a la literatura en tanto actividad, pensar en premisas que delimiten un campo de acción. Es algo que he estado pensando con más conciencia últimamente.
-Parte de los poemas aluden al desierto. ¿Cómo describirías tus miradas a este territorio, en términos biográficos y escriturales? ¿Cómo lo describirías en tanto tópico?
El desierto y el mar -el paisaje del Norte Grande de Chile, de Antofagasta en particular- es parte de mi imaginario. Está vinculado a mi infancia y adolescencia. El desierto aparece en yoko como el escenario de un viaje. En este sentido, se muestra como un lugar de tránsito, tras el cual se llegaría a un destino hipotético (situado en el pasado: el hogar), aunque en realidad no hay más que desierto en el espacio de este libro y, por tanto, un puro desplazamiento.
Me interesa del desierto y el mar, ahora, la idea de las grandes extensiones de tierra o agua, paralelas a las grandes extensiones de texto, y la posibilidad hipotética de mirarlas desde gran distancia. Me parece que hay una especie de tranquilidad allí, en lo que no tiene una magnitud del todo asimilable para quien mira desde la posición de un sujeto despojado de todo otro poder que el de la mirada.
En este sentido, en poemas más actuales como algunos de pero la verdad es que yo despierto (2024), el punto de vista de la imagen aérea o de las representaciones cartográficas sirve para mirar de lejos una realidad dolorosa al nivel de la persona. A partir de este punto de vista otros asuntos aparecen, y dicha realidad de la experiencia límite de las personas desplazadas o migrantes, por poner un ejemplo, se muestra cruzada por otras heridas y cicatrices: las del territorio que recorren.
–En Insistencia del día hay «un pie forzado» de escribir por 40 días. Más allá de ese ejemplo, ¿cómo escribes usualmente? ¿tienes una rutina?
Me temo que no tengo una rutina de escritura. Quizás debería tenerla, levantarme por la mañana y sentarme a leer, escribir, corregir y reescribir por unas horas o quedarme despierto de noche a lo mismo. Tal vez tengo un problema no asumido con estas ideas de lo rutinario y el trabajo. Escribir y leer son más bien momentos de transgresión a los discursos cotidianos en los que participo día a día y que no puedo evadir.
El ejercicio de los cuarenta días, en este sentido, tuvo que ver con experimentar -de manera consciente- la escritura y el tiempo vital como procesos simultáneos, absolutamente imbricados. Entonces, la premisa de ese conjunto -levantarme antes del amanecer y anotar el presente, que coincidía con la salida diaria del sol- más que con una rutina, tiene que ver con la experiencia de escribir en el tiempo, como un hecho que es difícilmente recuperable en la escritura.
La escritura -así restringida- puede ser el testimonio precario de una experiencia difícil de comunicar o, definitiva y fundamentalmente, otra cosa: ajena a quien escribe al filo del sueño al amanecer, sentado frente a una ventana.
Este ejercicio tiene que ver con formas de escritura como la nota, que es usualmente un breve fragmento o una ráfaga de texto nacido de la disponibilidad ante la realidad y sus fenómenos. Entonces, más que una rutina, creo que lo que me interesa es el cruce entre disponibilidad y presente, por el cual la escritura puede aparecer (o no) en cualquier momento frente a un detonante, un estímulo.
–Hay un tema con el paso del tiempo y la naturaleza es representada como testigo. ¿De dónde viene esa inquietud?
Recuerdo una nota de Miguel Castillo Didier a un verso de uno de los poemas que tradujo para la edición de Kavafis íntegro, en la que indicaba que la naturaleza estaba “dolorosamente ausente”. Esa idea (y la manera de ser expresada) se me quedó pegada por mucho tiempo: tiene un espacio en la concepción de yoko, en la medida en que la ciudad extiende sus brazos al desierto, y, también, en uno de los poemas largos de Insistencia del día, en el que básicamente ocupo ese fragmento hacia el final: “La naturaleza, dolorosamente ausente, / aparece aquí / por un instante”.
Desde una perspectiva liberal o eurocéntrica, se le añaden al espacio natural las dimensiones de lo no humano, la inconciencia, lo opuesto a la cultura. Forma, algo así como una encrucijada: la naturaleza como refugio frente a los males de la sociedad y también como fuente inagotable de transformación de la materia. Un libro clásico al respecto es Robinson Crusoe. En esta versión del espacio natural lo que predomina es el individuo y la ausencia de caminos alternativos (a lo privado y el mercado).
Habría quizás una opción interesante si entendemos la naturaleza como lo que no tiene mensura, por lo que representaría algo así como la posibilidad de una experiencia sublime. Pero el individuo también aparece aquí como punto de vista.Otras formas habrá de pensar lo natural como espacio del que formamos parte de manera fundamental, como espacio de coexistencia y coevolución.
En Insistencia del día vibra la intuición de que algo hay fuera de las representaciones (el tiempo, como dices, la naturaleza o lo real), por eso, la aparición del fragmento de Castillo Didier tendría (quizás) la función de señalar la posibilidad de una experiencia alternativa, así como las imágenes del vuelo de un pájaro que anuncia la bandada, del rayo de luz que anuncia la salida del sol, de la sombra tras las cosas que refleja la noche.
Esta experiencia que se vive como umbral o parpadeo, no obstante, está siempre mediada por literatura (pues en concreto son citas, fragmentos traídos de otros libros los que la hacen posible). Tal condición pudiera indicar: a) la oclusión del libro ante aquello que está fuera de la representación; b) que todo es representación; c) que la literatura (y la poesía como un antiguo modo de expresión humana) conserva un saber sobre lo que no podemos explicar, nos conmueve, preocupa, inquieta, nos produce miedo y fascinación.

–Quedé con mucha curiosidad de leer Pero la verdad es que yo despierto. ¿De qué va?
La escritura de este libro está anclada a un hecho político, llamado hoy revuelta social. Así como a otro hecho de carácter personal: la muerte de una amiga. Dado este cruce, mi experiencia de la realidad pasó por la dificultad para decir.
Ante la dificultad para decir, la intuición que perfiló la idea del libro pasó por recolectar fragmentos de noticias, videos, entrevistas respecto de lo que estaba sucediendo en el país. De a poco esta estrategia fue acotándose a un tipo especial de fragmentos: los referidos a madres y familiares de personas apresadas o que sufrieron violencia estatal. Ese conjunto de hablas -cruzado por otros fragmentos literarios-, configuró una sección importante de la primera parte del libro.
La segunda parte es un recorrido por la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe y una versión posterior del libro firmada por Fortescue. Esta sección trata sobre la soledad, el aislamiento y el trabajo solitario. Y la tercera parte consiste en un texto extenso a doble columna que está construido a partir de extracciones del Diario espiritual de San Ignacio de Loyola.
En general, las tres partes tienen como proceso base la recolección de fragmentos y su puesta en relación en el nuevo contexto del libro, como respuesta al hecho doloroso de no poder decir.
–¿Cuáles son tus actuales inquietudes poéticas?
En este momento quiero continuar con una serie de relatos que comenzó en 2016 con el libro bulto. En eso estoy más o menos, yendo y viniendo. Además, estoy en un periodo de alejamiento de otro libro de poesía que surgió inmediatamente después de darle finalización a pero la verdad es que yo despierto.
Antes me hiciste una pregunta sobre la rutina. Si bien no tengo rutinas, sí he aprendido que es muy necesario, para mí, tener momentos de separación de los textos que escribo, como una forma de volver a leerlos sin el entusiasmo que produce el placer inmediato de la escritura. El fin de este ejercicio es discernir entre qué forma parte del libro y cuáles textos o fragmentos son más bien producto de mi simple deseo de escribir.
–Esta pregunta nos saca un poco de tu libro pero está situada en lo que podríamos llamar campo cultural. Editaste una revista por 15 años. ¿Cómo resumirías esa experiencia y su final? ¿Cómo ves este campo cultural en la actualidad?
La calle Passy 061 (www.lacallepassy061.cl) era un blog grupal de crítica literaria, no era propiamente una revista. Fue un blog porque esa era la herramienta que teníamos disponible en ese momento. Esta condición tecnológica permitía generar relaciones no tan jerarquizadas como las que hay en las revistas tradicionales, por ejemplo, no era necesario tener una frecuencia de publicación establecida, ni una línea editorial explícita, criterios de publicación o un programa ideológico, para ocupar una palabra grande. Entonces, su afán inicial era el de recoger lecturas de un conjunto de personas. Lecturas que estaban muy vinculadas con las propias inquietudes de cada una. Como espacio, siempre estuvo abierto a publicar las lecturas de quienes quisieran participar.
Luego, con el paso del tiempo, yo tomé una posición más central y me convertí arbitrariamente en una especie de editor. Con la práctica, algunos criterios más bien de sentido común fueron apareciendo en relación con la extensión de los textos, el desincentivo de las notas al pie o la idea de una redacción más simple.
Para mí, La calle Passy fue un espacio que me permitió entrenarme como editor, una figura que ahora entiendo como un tipo específico de lector que -a partir de una relación de diálogo- debe asegurar la legibilidad de los textos sin dañar las formas que las personas usan para expresarse. También es una persona que debe estar preparada (es decir, tener fundamentos) para decirle no a un texto.
Otro de los aprendizajes que obtuve con esta experiencia es que las cosas obtienen sentido en la medida en que permanecen. Luego de unos años (los primeros) en los que teníamos pocas publicaciones, más gente fue confiando en el espacio para publicar sus lecturas y La calle Passy se volvió en un lugar con mayor diversidad.
Respecto de la permanencia, no puedo dejar de nombrar otra iniciativa que nació de manera más o menos paralela a La calle Passy y continúa aún con publicaciones. Letras.s5, como la conocimos, acogía lecturas, críticas literarias, entrevistas inéditas, pero también rescataba publicaciones que nacieron en soportes frágiles e inestables, en internet o en la prensa. Desde hoy, es muy rescatable esta visión que tenía ya en ese tiempo Luis Martínez Solorza, su editor o encargado, acerca de la literatura, la crítica literaria y el periodismo cultural como patrimonio, sobre todo porque se realizaba desde un lugar dialógico, alternativo o marginal -como se quiera entender- respecto, por ejemplo, de las instituciones del patrimonio.
En la actualidad, veo que existe un panorama con mayor diversidad de proyectos con un grado de formalidad más alto que los que existían hacia mediados y fines de la década de 2000 en internet. Esos espacios, que eran heterogéneos y muy frágiles, fueron una respuesta (ahora lo veo así, bajo la interpretación que en esos años puso en discusión Patricia Espinosa acerca de la crítica literaria tradicional) al silenciamiento del sujeto crítico en la sociedad chilena de posdictadura y, además, al irreprimible deseo de escribir y leer. Ahí reside, tal vez, la principal fuerza de todos estos proyectos literarios y culturales ante las visiones monológicas y dogmáticas de la realidad.