Los detalles y los destellos. Sobre la visita de Selva Almada

mayo 20, 2025
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Mirar y posar los ojos en los fragmentos, lo menor. Pasear, callejear. El contrapunto entre la gran ciudad y la provincia y el descubrimiento de lo pequeño en esa inmensidad. Estos fueron parte de los consejos de la autora argentina, que estuvo en la capital hace unas semanas para promover la participación en la presente edición del concurso Santiago en 100 Palabras.

Recuerdos desfasados se urden en este texto que acude a otras reflexiones sobre sus palabras, a textos de otras periodistas, a los apuntes y a la calma de la voz de la escritora para ver qué queda de una visita literaria. 

[Las fotos son gentileza de Fundación Plagio]

Cuando me llegó el mail convocando a un “encuentro especial” con la escritora argentina Selva Almada me emocioné un montón. Una de las autoras que más admiro estaría en Santiago y podría compartir con ella, junto a otros colegas de la prensa, un momento más acotado, más “íntimo”, y podría preguntarle cosas. Pensé en qué consultarle y no se me vino nada a la cabeza. Forcé un poco más los recuerdos y llegué al momento en el que conocí su trabajo escritural. Por recomendación de una querida amiga, la curadora y especialista en archivos Romina Resuche, llegué al libro Chicas muertas. “Es por lo de las mujeres asesinadas en un pueblo pequeño, como lo que estás trabajando tú”, me dijo mientras caminábamos por Corrientes con Callao. Entramos a la Zivals por unos Selva Almada, a los que sumé unos Gabriela Cabezón, Samantha Schweblin y María Gainza. Una salida-portal mágico a un viaje sin retorno a los imaginarios de estas mujeres fabulosas. 

Para recordar este encuentro del miércoles 2 de abril en Alma Negra Librería y la charla que Selva dio en el Teatro Oriente el jueves 3, antes de meterme a los apuntes y a los audios, acudo a los textos que escribieron otras compañeras periodistas que participaron de la cita. 

Emilia Aparicio publicó al ritmo de un medio, al día siguiente, un texto titulado con la cuña “Los escritores ‘estamos condenados a trabajar hasta el último día de la vida’” para El Mostrador. En él, Emilia ahonda en el último trabajo de Selva: Laiseca, el Maestro. Un retrato íntimo (2025, Penguin Random House).

Selva conoció a Alberto Laiseca cuando se fue a vivir a Buenos Aires desde Entre Ríos a finales de los noventa. “No era muy conocido (…) era medio outsider de la literatura argentina”, relata sobre quien llegó por recomendación de un amigo “medio enloquecido” por su peculiar escritura.

“Vi que da unos talleres en el Rojas. Vos que escribís, ¿por qué no te anotás?”, le dijo ese amigo, a quien le hizo caso y que es uno de los cinco autores del libro-perfil-biografía literaria. Selva se anotó en ese taller en el que estuvo por más de una década. 

“Fue una relación fundamental en mi vida como escritora”, puntualiza. “Nunca había tenido esa experiencia de poder escribir con alguien, con quien conversar”, dice, describiendo que Laiseca “era un gran maestro en un sentido muy zen, muy amoroso, muy cariñoso. Al principio te marcaba los aciertos del texto (…) y una vez que sentía que se generaba una confianza, por ahí comenzaba la crítica un poco más dura”.

En ese momento de iniciada la conversación, le pregunté a Selva: ¿Cómo es relacionarse con esa figura sobre la que quizás una siente una jerarquía, esa figura del maestro? Laiseca, responde, era “un tipo con sus oscuridades, pero claro, fueron muchos años. La relación fue pasando por distintas etapas; de no conocernos, de solo admirar al maestro, y después a tener una relación de amistad, más entrañable, con todo lo que eso supone, con ver esas otras partes que uno desnuda en el cotidiano de la vida”.

Trayectoria que los unió hasta la vejez de Alberto Laiseca. Acá tomo la cita seleccionada por Emilia: “Yo conocí un tipo erguido, independiente, y después vi también el lento deterioro de la vejez, del paso del tiempo y de los miles de problemas que tenía él, como la mayoría de los artistas o de los escritores en países como los nuestros, donde un poco estamos condenados a trabajar hasta el último día de la vida para poder pagar las cuentas y a vivir en una precariedad económica”. 

Vuelvo a Laiseca, el Maestro. Un retrato íntimo y pregunto: Este libro lo escribieron a diez manos, ¿cómo marca esa escritura colectiva? 

Es un libro para que quienes no leyeron la obra de él, puedan encontrar en ese personaje, y en esta historia, en la vida, cosas interesantes. Y ojalá también quienes no lo conocen y lleguen a abrirlo, lleguen a su obra que es bien particular dentro de la literatura argentina y latinoamericana”. 

Escribir junto a Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli y Natalia Rodríguez Simón, todos talleristas de Laiseca, “fue un proceso muy difícil porque somos amigos desde hace muchos años”. Se conocieron en  ese espacio formativo, incluyendo al amigo que la mandó al taller de Laiseca y con quien además hicieron el documental Lai, estrenado el 2017, un año después de su muerte, y que está disponible en la plataforma MUBI.

“Fue difícil el proceso. Primero, decidir qué poner, qué tipo de libro queríamos hacer, y bueno, un tipo de libro que no fuera una biografía pesada, llena de info y datos, sino que fuera un libro que cualquiera, aunque no supiera quién era y no haya leído su obra, pueda entretenerse y decir, ‘bueno, ahora quiero leer a este tipo’”.

El libro se divide en seis capítulos que abordan distintas etapas de su vida, incluyendo partes ficcionadas, fragmentos de entrevista y de la obra literaria de él “que se conectan con episodios de su vida”, porque como detalla Selva Almada, Laiseca “era uno de esos escritores donde no hay mucha distinción entre su vida y su obra”.

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A los días, Amanda Marton escribió “Un encuentro con Selva Almada” para Revista Libra. Estar en un espacio así, escribe, “es un privilegio, y lo sabemos. Quizás de los pocos privilegios con los que cuenta, todavía, el Periodismo”. 

En su texto, Amanda revive una de las preguntas que le planteó, relacionada con la descripción que había hecho de Laiseca. “Soy una escritora vaga, que escribe poco. Una de las cosas que aprendí con él es que no quería ser ese tipo de escritor, no quería entregar mi vida a la escritura. Por ahí no soy tan valiente…”, transcribió la periodista que actualmente lleva la Revista Abismo.

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Después, Revista Santiago publicó íntegramente su charla “Las ciudades se escriben con detalles pequeños: callejeo y observación”; mismo material que me cayó en un mail de Fundación Plagio y que contiene un video con estas palabras. 

Clic en el mail donde dice “mira la charla completa”. Veo que su mensaje duró menos de una hora. Recuerdo que tras el aplauso de cierre, la cortina del escenario del Teatro Oriente se cerró, ocultando a la autora. Fue como si la hubiesen abducido. Me la imaginé enrollada en ese pesado cortinaje, lista para ser llevada a otra charla más, a un nuevo encuentro, a otro espacio donde leer; quizás un bar donde algún músico pondría notas con la guitarra a una lectura de fragmentos, columnas o textos breves. Pero no. Selva estaba ahí, lista para firmar los libros de las personas que habían llegado primero a la actividad, a quienes les marcaron sus ejemplares con un masking amarillo. Esas hojas quedarían con la gruesa letra imprenta de quien había tipeado su contenido, de quien, como ella misma contó, lee en voz alta para corregir.

“Eso es algo de lo que quizás más corrijo (…). Voy leyendo mucho en voz alta para corregir. Para mí es lo mejor corregir leyendo en voz alta”, para saber “si realmente funciona esa música que pensaste que podía funcionar”. 

En este acto, la oralidad es importante, no solo en esta revisión sino que en lo que puede llegar a incluir en sus libros. “La oralidad tiene cosas hermosas, estoy siempre parando la oreja para ver cómo habla la gente y ver qué cosas puedo usar para mis personajes”. Algo que se asocia a la poética de sus textos, sobre lo que aclara inmediatamente: “yo no soy poeta, alguna vez escribí algo de poesía bastante mala”.

“Ese es el trabajo que hago para lograr que estas cosas sucedan en los textos”, algo que incluye, enfatiza, “escuchar mucho, aprender a escuchar”. 


Ideas atropelladas y en fragmentos

No escribo en orden. Se me atropellan las ideas. ¿Qué recuerdo antes de leer los links que estoy recolectando y que quedaron puestos más arriba, entretejidos con mis transcripciones?  Primero, su llegada a la librería, su forma parsimoniosa de hablar, la calma que transmite esa forma; su claridad al responder.

No soy muy de intervenir en público, prefiero oir, pero sentí la confianza, como dijera Amanda Marton en su texto, de preguntarle y sumarme a las demás personas de la sala en ese diálogo en Alma Negra, que comenzó con la consulta sobre sus obsesiones. “Tengo temas recurrentes que no sé si son obsesiones, me parece una palabra demasiado importante”, dice, más bien aludiendo a “ejes, zonas, a las que siempre vuelvo”, como por ejemplo “el paisaje con esa impronta de personaje en los relatos”. 

“Me interesa esa cosa que llamamos familia, a veces rara, dañina, reveladora”;  y “la muerte, que está siempre, pero por sobre todo las relaciones humanas”. 

Tras una consulta específica por el paisaje, dice, se dio cuenta de su presencia con las retribuciones de sus lectores. Le decían “que el paisaje se metía, que interactuaba con los personajes, que tenía mucha vida y movimiento, y ahí empecé a escribir El viento que arrasa, donde apareció más como plan de escritura”. 

Esto deviene, cuenta en Alma Negra, de que tanto “mi abuela como mi madre eran muy de las plantas, los animales. Siempre hubo en mi casa gatos, conejos. Cuando comencé a escribir cuentos, eso aparece muy naturalmente”. Es justamente su abuela, quien décadas antes hiciera el tránsito que ella realizara después desde Entre Ríos a Buenos Aires, una de las precursoras del imaginario escritural de Selva con sus cartas, sus relatos, sus fijaciones, sus caminatas en sus momentos libres luego del trabajo como empleada doméstica.

“En esas caminatas solitarias, la abuela miraba para conocer, miraba por curiosidad, pero también miraba para contar. Tal vez el mismo domingo en que volvía a su pieza de servicio en la casa de los patrones, empezaba a escribir una carta (…) La abuela no había terminado la escuela primaria, pero había aprendido a leer y a escribir. Tenía una letra filosa y apretaba mucho la birome contra el papel, tenía errores ortográficos y de puntuación, pero, sobre todo, tenía el deseo de contarnos en esas cartas la ciudad que estaba descubriendo”, leyó. 

¿En qué se fijaba la abuela de Selva?, ¿qué imaginario fue construyendo en su nieta, que la seguiría en los próximos años en su ruta a la gran capital?

“Sus relatos estaban ocupados en cosas importantes, por ejemplo monumentos, el cambio de guardia de los granaderos en el cabildo, o las pinturas de Quinquela Martín en el barrio de La Boca, pero también había lugar para cosas pequeñas: la floración de los palos borrachos en la avenida 9 de julio, una mercería que en su vidriera tenía exhibidos más de mil botones diferentes, ni uno igual a otro, los peinados que usaban las mujeres paquetas…”.

Esos detalles, cuenta, “eran los que más me gustaban. Tal vez porque ahí estaba la mirada de la abuela, porque esos detalles me contaban lo que no podía contar nadie más que ella”. Y aclara que “sin tener ninguna intención de convertirse en escritora, la abuela había aprendido que toda escritura empieza simplemente en un detalle. Eso decía la querida Hebe Uhart: para encontrar las particularidades de un lugar, hay que escribir desde los detalles que se observan”. 

El detalle, los detalles, los puntos de vista, los fragmentos; mismos que fueron acompañando la charla de Selva con numerosas fotografías en loop, imágenes de celular que mostraban su mirada sobre distintas ciudades, los destellos que la interpelaron en sus rutas. Ejemplifica con una ida a París: “sí, hay que ir a Notre Dame, pero por ahí me llama la atención las cosas que no hay que ver sí o sí”.

Si se fijan, dice, “detalles y destellos son palabras parecidas. (…) Y aquí de nuevo pienso en la palabra destello que tanto se le parece: algo destella e ilumina otros recuerdos igual de minúsculos pero también igual de potentes para haber quedado allí el tiempo que sea que lleven, listos para empezar a desplegarse, a vivir de nuevo, actualizados”.

¿Cómo volver a esos detalles-destellos? Selva dice que “una buena medida podría ser anotar estas impresiones, detalles, escenitas mínimas, cosas oídas al pasar, en una libreta, en un diario, en las notas de voz del teléfono y después recurrir a ellas cuando necesito material para escribir. Pero lo cierto es que nunca lo hago. Me gusta creer que las cosas que nos impactan realmente quedan en la memoria. Y que lo que se pierde será porque al final no era tan interesante”. Por eso, detalla, “no tomo notas”, sino que saca fotos a esos recortes, como las que pasaba en la pantalla.


Detalles-destellos en Buenos Aires

Parte de esos ejercicios se detonan en la ciudad que primero conoció su abuela, la que hoy habita ella. “Para quienes hemos crecido en pueblos pequeños de provincia, las grandes ciudades siempre tuvieron una mezcla de fascinación y espanto, de atracción y rechazo”, como comenzó diciendo en su charla, evocando luego ese imaginario distintivo, el contrapunto territorial, simbólico.

En Soñar, soñar, de Leonardo Favio, su cineasta favorito, como acota, “cuando uno de los protagonistas se está yendo, salen a dar vueltas con otro en una bicicleta voceando: “¡Carlitos se va para Buenos Aires a trabajar de artista!”, como ella misma. 

“Hace 25 años que vivo en Buenos Aires, casi la mitad de mi vida. Sin embargo no llegué a conocer ni media ciudad. Todavía me sigue asombrando. Es que es imposible conocer entera cualquier ciudad porque las ciudades están vivas y cambian todo el tiempo”, dice. 

Es esa misma ciudad la ausente en sus relatos. Algo que está por cambiar. “Ahora estoy escribiendo otra novela y tiene una parte en la provincia, en el campo, y otra parte en la ciudad. Y estoy contenta porque decía ‘¿cómo va a salir la ciudad?’, y la verdad es que estoy contenta de estas partes que se fueron armando”. 

Volviendo a las rutas de Selva, cuenta que parte de esos destellos quedan plasmados en Apuntes en viaje, columna bimensual que aplica en el diario Perfil. Ese día Selva leyó algunos de esos textos. Pienso: ya que estoy desfasada con esta recopilación-robo-memoria-apuntes, voy a mirar qué fue lo último que puso en esa columna de destellos, y me encuentro con uno: con Diego Angelino, escritor nacido en Entre Ríos, como Selva. Un autor que también pensó la provincia. Las recomendaciones, como la que me dio Romi, siguen dejando sus efectos. Vamos a ver qué tal los cuentos de este señor. 

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