Laura Ortiz, escritora: “No poder escribir sobre otro es peligrosísimo”

En esta conversación, Caro Mouat se adentra en los tres libros publicados por la autora colombiana, con especial atención a lo que quizás podríamos denominar “crisis de la ficción”. “No poder escribir sobre otra cosa que no sea tú experiencia de vida, no escribir sobre un otro es peligrosísimo porque cómo más vamos a ponernos en los zapatos del otro”, se pregunta la autora de Sofoco, Diario de Aterrizaje y del reciente Indócil.
[Foto análoga de Laura Ortíz por Caro Mouat]
Me encontré con la escritura de Laura Ortiz Gómez (Bogotá, 1986) el año pasado cuando decidí leer más cuentos en el Club de lectura. En mi búsqueda me topé con Sofoco, publicado en Chile por Laurel el 2022. El libro me deslumbró desde sus primeras páginas y me mantuvo así hasta el final. Me sorprendió el uso de las voces, cómo cada cuento era tan distinto del otro, los paisajes tan variados y disímiles, pero sobre todo sus personajes: mujeres, jóvenes, niñas, hombres que intentan armarse una vida, sobrevivir habitando con la guerra como telón de fondo. Después le encargué Diario de aterrizaje, publicado por Barrett el 2024 en España y por la editorial Bosque Energético en Argentina, a una amiga que viajaba a Europa. En ese texto de no ficción, Laura cuenta el regreso a su Bogotá natal después de haber vivido siete años en Buenos Aires, el fin de una relación y el comienzo de otra.
Terminé de convertirme en un admirador del trabajo de Laura con la columna que apareció el 1 de enero de este año en Cuadernos Hispanoamericanos, Y sin embargo, escribo, donde pone en palabras, ideas que venía pensando hace un tiempo, respecto al rol de la literatura, la ficción, a los discursos vacíos, a la poesía. Por lo mismo, me llevé una tremenda sorpresa cuando Laura aceptó que la entrevistara en su visita a Chile para presentar su última novela Indócil publicada por Tusquets. Un libro que utiliza la voz de una casa para narrar una revolución obrera, de mujeres a inicios del siglo XX.
Nos juntamos un día en que se empezaba a sentir el fin del verano en la terraza de su hotel. Llevé mi grabadora y conversamos sin parar durante una hora y media. Le dije que no había llevado preguntas, solo temas para conversar así que intentaré reproducir lo que hablamos esa tarde.



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Comenzamos la conversación hablando sobre su columna y las ideas que dejó rondando en mí ese texto. ¿Qué hacer con este mundo globalizado donde la información va demasiado rápido? Parece ser que la ficción ha quedado relegada, perdiendo interés de los lectores y también de algunos escritores. Llevé el libro Tierno narrador de Olga Tokarczuk editado por Al Fragor que es el discurso de aceptación del Nobel de Tokarczuk el 2019 para compartirle la siguiente cita:
“La categoría de las fake news plantea nuevas preguntas sobre la ficción. Los lectores que en repetidas ocasiones han sido engañados, mal informados e inducidos al error, han desarrollado lentamente una neurosis idiosincrática. La reacción a este agotamiento con la ficción podría resultar en un enorme éxito para la no ficción. Que en medio de este gran caos informativo grita sobre nuestras cabezas, te diré la verdad nada más que la verdad, y mi historia está basada en los hechos. La ficción ha perdido lectores, pues mentir que sigue siendo una herramienta muy primitiva, se ha convertido en un arma peligrosa de destrucción masiva.
Muy a menudo me hacen la misma interrogación incrédula, ¿es verdad lo que escribiste? y cada vez siento que esta pregunta presagia el final de la literatura (…) Considero que este tipo de curiosidad lectora es una regresión de la civilización. Es un deterioro importante en nuestra capacidad multidimensional, concreta, histórica, pero también simbólica, mítica, de participar en la cadena de acontecimientos que llamamos nuestras vidas. La existencia está creada por acontecimientos, pero se transforman en experiencias solo cuando logramos interpretar, entender y darle significado”.
“Yo estoy muy preocupada también por eso. Creo que las fake news, que es el lenguaje de la derecha, de las redes y de Twitter sobre todo, tienen algo que es muy difícil que es la reducción, una mega síntesis del pensamiento y de la atención que hace que las discusiones no sean posibles. Porque ya no se está jugando a los argumentos, porque lo que hacen las nuevas derechas es inventar cosas, repetirlas hasta el cansancio y decirlas vehementemente como si fueran slogans. Todo muy sintético y repiten, repiten, pero no hay espacio para el pensamiento ni para la complejidad. Entonces, yo me estaba preguntando cómo militar en contra de eso, cómo ir en contra del discurso que es un slogan y la respuesta que me doy, no sé si es muy conservadora o muy anticuada, pero es la respuesta de la complejización, del tiempo y de la experimentación. O sea, leer es una cosa larga. Leer es una acción de horas, es una acción de apertura enorme porque estás dándole tu tiempo, tu cuerpo y tu imaginación a que una historia te habite. Además, que eso parece que se está perdiendo, el tiempo para leer, —incluso me pasa a mí que trabajo con libros—, se está perdiendo cuando se pierde la longitud y la complejidad que tiene un texto ficcional que son capas de sentido, se está perdiendo también la complejidad del pensamiento porque las redes funcionan como: te odio, te amo, sí, no, malo, bueno, en términos morales, de una falsa moral, porque al final a nadie le importa, ni a los progres ni a los fachos, ya que finalmente las estructuras jerárquicas o el hambre o los genocidios siguen pasando.
Entonces me preocupa, en términos de extensión, de tiempo, de complejidad y de reducir la literatura a una cosa moral, que yo lo veo mucho en mis estudiantes, que juzgan si el personaje es bueno o es malo. El otro día puse una página de una novela que me gustó y una persona me empezó a pelear por Instagram, que no la conozco, pero eso también es lo que habilita las redes, el no te conozco pero te voy a agredir. Y me dice: ay, es horrible, es super especista, —porque había un personaje que era una niña que mataba un gusano—, y me dio ira. Esta es una novela de Albertina Carri, es una metáfora sensible ¿Y me vas a decir que es un libro especista? Estamos perdiendo la capacidad de lectura y con mis estudiantes me pasa todo el tiempo y son estudiantes de una Maestría de Escritura Creativa. ¿Qué van a escribir entonces? ¿De gente que es progresista que no existe? ¿Vamos a hablar de comunidades marginadas pero en clave el bueno, el estereotípico y así?”.
Le comento sobre una cita de su columna que me parece muy relevante con lo que me dice: “Vamos a pelear con el fascismo insistiendo en que somos buenas personas o vamos a meterle cuchillas de preguntas al mundo desde la imaginación”; y le digo que la literatura es justamente ese espacio para poder adentrarnos en los conflictos morales, éticos, políticos y tratar de entender cuáles son esas pulsiones. Si solo buscamos “la verdad” y nos olvidamos de la ficción, perdemos también nuestra capacidad de interpretar y de imaginar un mundo otro.
“Y la capacidad de ser el otro. Es que esto es muy gringo, todas las políticas de la identidad. A mí me enoja por muchas cosas: uno, porque a los gringos les hace falta psicoanálisis, o sea, toda esta cosa del mindfulness, el coaching y el wellbeing está bien, el deseo, pero está bien que sospeches del deseo, es decir hay pulsiones inconscientes, nunca nada es tan claro y tan transparente. Nos habita un otro y tenemos que reconocer ese otro que nos habita y más en un contexto capitalista porque si no estás sospechando de tu deseo en un contexto capitalista ¿quién eres? Un autómata, alguien que pasa por encima del otro, alguien que consume nada más. Y creo que en ese sentido, estas políticas de la identidad que sí son necesarias como luchas pero que las vacían de contenido, se vuelven una cosa resuelta y un lugar de enunciación para la imaginación. Tú no puedes escribir sobre otra cosa que no sea tú experiencia de vida, no puedes escribir sobre un otro y eso es peligrosísimo porque cómo más vamos a ponernos en los zapatos del otro. Me parece muy difícil además porque la identidad también es algo que muchas veces es impuesto por el sistema. La identidad de clase o racial o la manera en la que te trata la sociedad porque tienes o no tienes dinero. Son lugares de enunciación para las luchas políticas, pero para la literatura no necesariamente, o sea sí, pero tenemos que poder imaginar dentro de eso porque si yo solo puedo hablar de mujeres de clase media de Bogotá me mato”.
Hablamos sobre lo burdo de las nuevas derechas, de las políticas de Trump de prohibir ciertas palabras que aluden a estas identidades, de que la lucha contra el fascismo será el combate largo, que es complejizar e imaginar. Vuelvo a Olga Tokarczuk, a su Tierno narrador y a la idea de comunidad, de volver a reunirnos para contarnos, de armar mitos. Laura me comenta de la importancia del mito, que es estético, político, religioso, científico, una narración de creación que da cuenta de la poesía del mundo, pero también de cómo relacionarse con el mundo.
“Mi hermana es bruja, ve cosas, siente, sabe. No sé si decir chamana, bruja. He pensado mucho a raíz de tener una hermana tan rara en la relación entre las prácticas artísticas y las prácticas mágicas que antes estaban más unidas. En ciertas culturas el sonido tiene una función mágica, la poesía está muy cercana a una manera de oración y la ritualización del mundo es un poco lo que mi hermana nos enseña. Eso es lo que yo entendí, traduciéndolo a mi lenguaje, que aprender a hacer tus pequeñas instalaciones y ritualizar es un ejercicio creativo, es otorgar sentidos y significados. Los altares son instalaciones simbólicas, son poemas. Entonces creo que eso de volver al mito tiene que ver con la función mágica del lenguaje que hemos perdido y a mí realmente el lenguaje me parece mágico. Todo lo que existe en el mundo humano no sería sin el lenguaje. El lenguaje se ha materializado en ciencia, en ingeniería. Hoy, la palabra se usa de manera muy transaccional. En este viaje estoy en este lugar raro de la escritora que tiene que hablar mucho pero no es un diálogo, sino que las interacciones que tengo son pedir cosas, un café, comida. Pero la palabra es otra cosa, puede ser una operación mágica. A mí todavía me sigue pareciendo loco saber que este dispositivo [me muestra un libro] me va a hacer un mundo con esto. Que poner una letra detrás de otra te da acceso a un universo, es una máquina del tiempo, es una nave espacial”.
Llevo la conversación hacia el cómo se está leyendo. ¿Desde dónde la gente está leyendo y por qué tienen esa necesidad de que solo pueden conectar si es que se ven reflejados en alguno de los personajes o si tienen cosas en común con el narrador o protagonista?
“Yo creo que también es una cosa de las redes. Las redes nos están dañando el cerebro más de lo que pensamos y esta cosa de lo algorítmico de quiero verme representada, quiero identificarme contigo, tú hablas de lo que a mí me interesa, nos está cortando el mundo de una manera gigante. Hay algo que veo mucho en los youtubers y en la gente de las redes, sobre todo los influencers que están todo el tiempo diciendo ustedes me juzgan pero esta no es mi vida, ustedes ven un recorte editado de mi vida, esta no soy yo, tratando de hacer evidencia de que hay una mediación, una edición, una narración, un personaje, una construcción ficcional, pero el juego del que consume redes es que estás consumiendo “la vida real” y es que si no sabemos identificar un dispositivo narrativo, pues también pasa que cómo vas a entender qué es una fake news. O sea, también necesitamos entender que las cosas son mediadas, todas, incluso la no ficción tiene estructuras narrativas. También lo que han hecho las redes es que importa la marca, lo que estamos vendiendo, lo que se está mercantilizando, es la persona, eso es lo que hacen los influencers”.
Terminamos esta primera parte hablando sobre la importancia del lector. Laura viene de la mediación lectora, del trabajo en bibliotecas públicas, donde lo que importa son las lectoras y lectores; el texto es solo una llama para dar otro tipo de conversaciones, para que les lectores se apropien del texto y lo hagan dialogar con su vida. “Es algo más asambleario donde el texto ya no tiene propiedad, no hay una cosa de autoridad, no hay alguien que está diciendo cómo tiene que ser leído o no. El texto se vuelve un vehículo para movilizar lo personal y lo colectivo”, comenta Laura y finaliza con que ella no quiere convertirse en una mercancía de nada.
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Quiero mucho hablarle sobre el deseo. Ha sido uno de los elementos de su escritura que más me ha llamado la atención y que siento es transversal en todos sus textos. Le comento que es una escritura deseante, que seduce en dos sentidos: en el carnal, en la presencia de lo erótico, pero también deseante en su forma, como diría Roland Barthes. Hay algo que seduce en esa poética que va armando, en ese lenguaje y en el contenido que está cargado de deseo. Cuando los personajes se encuentran con su propio placer, de alguna manera se reconcilian con sus cuerpos y aparecen como sujetos con agencia sobre ellos mismos.
“Creo que en los feminismos hemos estado atrapadas en distintos lugares, como receptoras de la violencia únicamente y cuando se expresa nuestro deseo está muy codificado. En los feminismos si una se pone a ver siempre el punto de tensión es la sexualidad, están las abolicionistas, luego las del trabajo sexual, etc. Hay algo del deseo que no hemos resuelto porque yo creo que es lo más peligroso realmente en su complejidad, transitar el deseo como una manera de romper todo o de complejizarlo, ya que no es unívoco. Además, hay una cosa que el deseo es el vacío, es el otro, es lo que no puedo llenar, entonces es una fuerza de vida porque una vez que cumplo mi deseo tengo otro, me ayuda a caminar y atravesar el mundo. Está atado a la furia, se puede desear triste, feliz, enojada, de muchas maneras.
Lo que entendí de Lacan, es que el deseo se da siempre en un vacío que nos habita y ese vacío toma la forma de lo otro, pero nunca será saciado porque estamos vacíos por dentro. El budismo diría: todo es vacío iluminado, el budismo diría: renuncia al deseo, pero a mí no me interesa renunciar al deseo, porque creo que al contrario, lo que hay que hacer es cuestionarlo un poco, sospecharlo, sobre todo los deseos de consumo. Como nunca se llena es un ejercicio creativo del sentido, es una mitología en construcción y es la capacidad de acceder a lo bello”.
Lo conecto con Diario de aterrizaje, donde la narradora dice “El deseo es una promesa del deseo. Es una embriaguez del futuro”. Es un presente continuo que parece no acabar nunca.
“Por eso el capitalismo es una estafa, porque uno no desea para tener, cuando tienes matas el deseo. No se trata de tener, se trata de transitar. La seducción tiene mucho que ver con el gerundio, con la búsqueda del objeto amado pero no su obtención porque no podemos poseer nada en este mundo, pero toda esa aventura de ir a la búsqueda de lo deseado, es tal vez la aventura de la vida, donde te vas a encontrar con monstruos, dolores, angustias, ataques de pánico y ansiedad. La aventura a la que nos lleva el deseo es que puede ser una especie de sentido de existencia. Es que todas, todos, estamos frente a la pregunta del sentido, todo el tiempo. Yo creo que el único sentido que he encontrado es la anécdota, la aventura y la diversión de desear. Y desear como en una marea, porque sé que cuando se llega a los lugares de deseo se va a desvanecer también. El deseo no es permanente, hay que entenderlo”.
Lo que más me gustó de Diario de aterrizaje es como la narradora habita la incertidumbre, decide lanzarse al abismo, abrazar el arrojo.
“Tiene que ver con todo esto del deseo. No hay lugar adonde llegar. La casa de infancia ya no existe, ni hace falta, diría Fito Páez. Ese lugar no existe para nadie, hemos sido expulsados y no hay donde volver. Cualquier aterrizaje es inestable, no hay un lugar de retorno, pero eso no quiere decir que sea una intemperie. Sí, estamos expuestos a los elementos, pero somos casas. Paralelamente al diario, estaba escribiendo la novela que era ser una casa y darle voz a una casa y tal vez estaba comprendiendo, aunque suene muy cliché, que la casa es mi cuerpo, que también es una comprensión que hemos perdido, estamos un poco descorporalizados”.
Terminamos la conversación hablando sobre un epígrafe que aparece en Indócil, su última novela, que es un rayado del estallido social de Chile, que dice “Nuestra rabia es por amor”. Le pregunto cómo se vio todo ese proceso desde afuera. Me comenta sobre el Paro nacional que tuvo Colombia, meses después de nuestro estallido social. De que la policía mató a unos chicos que tomaban cerveza en la calle, y que junto con una reforma tributaria en plena pandemia para subirle los impuestos a la clase trabajadora se desató el estallido de allá donde le llamaron primera línea a la primera línea y corearon El baile de los que sobran de Los Prisioneros en las plazas de Medellín. “Creo que hay una cosa de nuestras élites que son terribles y de este experimento neoliberal que es Colombia y Chile y es una narración de que no existe la resistencia, que somos gente colonizada de mente y tan agachada, pero lo que mostraron los estallidos es que no es cierto, lo que pasa es que no nos han dejado organizarnos”.