ARGONAUTAS SIN MAPA (Comentario sobre la obra Qué hacer con la novela de María Rosa Casanova).

mayo 20, 2025
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Navegar en el vasto espacio de la creación literaria, en particular en aquellos universos que solemos definir como novelas, es una travesía fascinante que nos permite adentrarnos en una multiplicidad de mundos ficcionales que un autor o autora nos ofrece. Es necesario aclarar que el concepto de «mundo ficticio» en literatura no alude a lo falso o artificial, como podría interpretarse en otros contextos, sino a la capacidad de configurar una realidad creada e imaginada por la mente humana, que se materializa y cobra existencia a través del lenguaje.

Desde sus orígenes, que algunos estudiosos sitúan en el siglo XI y otros en la aparición del Quijote de la Mancha como inicio de la novela moderna, la definición de este género ha sido siempre diversa y en constante transformación. La llegada del siglo XX, con la incorporación de nuevas técnicas narrativas, modalidades textuales y posicionamientos discursivos, ha ampliado sus límites teóricos y estructurales, permitiendo que la experimentación y la innovación literaria sean ejes fundamentales del quehacer novelístico. Como afirma la escritora y teórica mexicana Margo Glantz: «La novela ha perdido sus certezas, se ha convertido en un espejo quebrado que refleja la fragmentación del mundo y del yo».

La obra que ahora comentamos, “Qué hacer con la novela”, claramente es heredera de estas nuevas indagaciones de sentido mediante la palabra. El camino que María Rosa Casanova nos propone transitar a través de las páginas que esperan a ser leídas, se aleja intencionadamente del modelo convencional que a menudo nos presenta una trama, personajes o espacios como ejes centrales de construcción. A cambio y como ya se avizora desde el título, esta obra nos plantea un devenir de acontecimientos que se imbrican siguiendo la dinámica de un espacio intangible, a través de una construcción aparentemente fragmentada; recurso estilístico que busca arribar a un descubrimiento y develación de la autoconciencia en la reflexión de los hechos aludidos.

A lo largo del texto, los personajes principales —protagonista y autora— se yuxtaponen en un ir y venir de reflexiones que abordan dudas y certezas existenciales. La protagonista cuestiona su identidad y los mecanismos que la han definido como ser humano y como mujer, en un juego narrativo que tensiona su historia personal con su contexto social. La autora, por su parte, se presenta también como un personaje en la narración, interrogándose constantemente sobre el acto de escribir y la materialización de este por medio del lenguaje. Esta articulación dialéctica de los personajes principales actúa como un dispositivo narrativo que se construye a partir de la problematización de la palabra como vehículo asertivo de comunicación.

Un aspecto fundamental en esta novela es la concepción del cuerpo como espacio/territorio de narratividad. A través de la construcción de la protagonista y su diálogo con la autora, la novela articula una reflexión sobre el cuerpo individual y el cuerpo social, consiguiendo así la cohesión en las historias paralelas. Cabe destacar que, en el análisis teórico de la actual literatura latinoamericana escrita por mujeres, se concibe la noción de cuerpo como un territorio marcado por los nexos y contextos -concretos o simbólicos- que dan como resultado un entramado de relaciones de poder que no se han construido al azar y que tensionan en forma permanente los ámbitos de privilegio. Esto nos hace recordar las palabras de la escritora y crítica chilena Nelly Richard: «El cuerpo de la mujer es un espacio de disputa, una cartografía que el poder insiste en delimitar, pero que la literatura y el arte reescriben de manera constante».

La figura de los personajes antagónicos por su parte – en este caso, los recolectores, que se nos presentan como aquellas entidades subjetivas e institucionales, cuya principal misión consiste en mantener las relaciones de poder dentro de un marco establecido; y consecuentemente, su rol dentro de la trama supone pesquisar cualquier intento de liberación dentro de esos límites. En el trascurso del relato, la mujer que se vive y la mujer que escribe intentan denodadamente exceder y quebrantar esos márgenes a través de la consecución de la autoconciencia y del uso de lenguaje como vehículo de pensamiento y creación.

Podemos, entonces, afirmar que estamos ante una obra que podría ser catalogada como metanovela o metaficción, ya que no se limita a la representación de un mundo imaginado ni al relato de una historia anecdótica, sino que conduce al lector a una reflexión esencial sobre el ser mujer en Chile y sobre el fundamento del acto creativo

En esta dimensión metaliteraria, Casanova dialoga con referentes clave de la narrativa chilena escrita por mujeres, como “La última niebla” de María Luisa Bombal o “Lumpérica” de Diamela Eltit, inscribiéndose en la tradición de autoras que han desafiado los cánones y explorado nuevas formas de contar y resignificar el espacio narrativo. Como sostiene la escritora Cristina Rivera Garza, refiriéndose a la literatura contemporánea latinoamericana: «Escribimos desde el borde, desde una orilla que nunca es del todo estable ni segura, porque el lenguaje mismo está en permanente crisis».

La novela de María Rosa Casanova propone una lectura desafiante y tal vez incómoda que impele al lector a interrogarse sobre el sentido la sociedad chilena contemporánea y a ahondar sobre el significado del acto creativo junto con el cuestionamiento del rol de la mujer en la sociedad regida por los parámetros patriarcales.

En definitiva, esta obra aparece ante nosotros como un mar extenso y desafiante que se debe navegar con la decisión de un osado navegante, pero sin la ayuda de los antiguos mapas convencionales. Y esa característica es precisamente lo que hace que este texto sea un desafío cautivador y constituya un placer de leer.

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