¿Qué haremos cuando hayamos ganado? Sobre Polifonía de una carrera de Karo Castro

febrero 21, 2025
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Todo ha de ser en vano.
Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal
y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje,
atravesando siglos y siglos de penumbra,
de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí.

Olga Orozco. Cabalgata del tiempo

 

La primera vez que fui al hipódromo lo hice con mi padre. Los caballos pura sangre desfilaron con galantería frente a mí, ostentaron su crin, su porte inminente. Recuerdo mirar a cada uno a los ojos, para luego, decidir. Supe inmediatamente por quién iríamos, creo que nunca más tuve tal certeza. Le dije a mi padre, aceptó confiado e hicimos la fila. Apostamos. Yo era tan pequeña que no veía la cara de quien debía recibir mi papel marcado, solo me esmeré por elevar mi brazo al máximo para que lo aceptaran, con mi padre detrás afirmando la proeza. Entonces, le hice la misma pregunta que la poeta se hace en el primer poema, a mi padre: “¿qué haremos cuando hayamos ganado?”.

 

Apenas intercambiábamos algún gesto, alguna promesa de futuro, pero allí, se detuvo el ojo hostigador y jugamos, como la niña del poema, sumidos en cierta melancolía del vínculo, cierto dolor. “Los cazadores juegan/sin advertir mi sombra/soy la niña que aborrece/”. Yo tenía y tengo, una relación compleja con mi padre y en ese entonces, quería que me viera competente, triunfante, y ese día, así fue.  Ganamos. Los caballos trajeron ese instante y tomamos unos helados luego de que “Colorado” saliera primero en la carrera.

 

Descubrí también, o recordé, con esta plaquette que inicia con un poema titulado El Tiuque, que estos cuervos se alimentan en el basural, revuelven con sus picos los despojos de quienes han apostado su suerte, beben de los charcos, entre papeles sucios y mojados, despiojan a los caballos y enfrentan a las palomas en la vía pública. Anuncian las lluvias que ablandarán el camino para la carrera, que no se lesionen los pura sangre, que no se rompan las piernas que nos salvarán de este “inmundo barrio”, de esta realidad. Son aves brujas, cuervos que susurran la suerte de los jugadores. Se han adaptado a la urbanidad, aunque vienen de los prados. En el campo abierto de estas hojas, los caballos salen del corral y se dirigen a la carrera. Aquí se muestra al animal, mírenlo bien, en la troya se pasean estas palabras llenas de deseo, vigor, salvajismo  y -a ratos- de aversión y hostilidad. Llenas de vida y de muerte y de todo lo que habita en el medio, como un purgatorio.

 

Carlos Gardel también tenía caballos, y apostaba, quizás el de mejor porte, se llamó “Lunático”. Aunque nunca le fue muy bien, el ímpetu del deseo y el juego lo acompañó en su vida -y en su muerte, tan trágica, tan de mala suerte-. Hay un tango que cantó, de un uruguayo llamado Modesto Papavero, que habla de un jinete, Leguis     amo, y describe una de sus carreras.

 

Lo escucho mientras leo esta plaquette, Polifonía de una carrera, y tiene unos versos que dicen así “Alzan las cintas; parten los tungos/como saetas al viento veloz…/Detrás va el Pulpo, alta la testa/la mano experta y el ojo avisor/ Leguisamo solo, gritan los nenes de la popular. Leguisamo solo fuerte repiten los de la oficial”.El jinete, Leguisamo, o el pulpo, como le decían, es en Polifonía de una carrera, la poeta, Karo Castro, aunque a veces también es el caballo, Yatasto.

 

Miren, lean, corran, la poeta le habla al lector y las preguntas se perciben como un fuego, el de las pezuñas del caballo al huir, ese rasqueteo que las mantiene filosas: “¿puedes ver mi jugada?”. Karo se convierte en niña, y se quiere ir del inmundo barrio. El caballo es su apuesta, su promesa de cambio, como el potrero lo fue alguna vez para los desplazados. “Dejaré de ser una niña/vendré sin avisar/me sacaré la piel/ y esperaré mi turno/”, dice en un poema lleno de sensualidad. Quiere ponerle nombre a su animal “ese será mi caballo/arderá por dentro/tatuaré su nombre en mi cabeza/ …nunca podrán alcanzarte/ni mirarte de cerca al sol”. Puedo ver las mortajas de vapor y polvo en su trote salvaje, en ese deseo, en el temible silencio de su lectura donde el caballo trota adentro, como un latido.

 

Una vez vi un caballo muerto en Córdoba. Estaba de vacaciones con mi padre y apareció el animal en el camino. Estaba lleno de moscas y el olor pesaba sobre los cuerpos vivos. Ver al animal ser devorado por los insectos, la belleza muerta, transformó el viaje en una desgracia, todo salió mal, como un presagio. Sentí el vacío, la muerte con su veracidad. Hay una novela de Juan José Saer donde anda suelto un asesino de caballos, en un verano sofocante, a orillas de un río, donde mucho no sucede, solo el temor a la muerte de sus habitantes. Hay algo de eso aquí. “Tengo una pezuña de yegua/como amuleto al cuello”, escribe Karo; pero también dice en el mismo poema “sin llorar es el juego/no me vengan con tonterías/mi futuro es sin promesas/vertical y salvaje”.

 

También aparece lo cotidiano, en una madre que cría, que apuesta por otra vida para su hija. Que desgrana porotos y colecciona objetos pequeños como si fuera a salirle un genio en uno; los limpia, los limpian hasta el límite de su final. Pero se trizan, en el deseo, en esa espera.

 

“Estamos a tres cuerpos de la recta final/cada trote hace temblar la pista”. Veo el polvo detrás de las pezuñas del animal otra vez, es una nube negra, una partitura manchada por la pista. Se escucha, como un tango, esa lija, esa garganta sucia.

 

Para el gaucho, andar o estar a pie era una de las peores desgracias. Nosotros somos los apostadores, no domamos al animal, somos los de abajo. “Tu trabajo era limpiar caballos”, dice Karo en un poema, “paja/tablas/sangre”, no somos los elegantes, los que montan, los que están en lo alto.  Cuando le preguntaron a un caudillo gauchesco muy famoso, Cacho Peñaloza, cómo se encontraba en su exilio respondió: “¿y cómo cree uste? Estoy en Chile y de a pie”. Dejar un caballo atrás, ¿qué significa? Me pregunto de qué murió el caballo de Córdoba que vi aquella vez, ¿puede un caballo morir por decisión propia? ¿por abandono?

 

Los caballos trajeron la plata al barrio, pero también el estiércol que las niñas aprendieron a oler y jugaron como una forma de sobrevivir en el poema. Los caballos fueron la fusta de sus habitantes. Los domingos de carrera aparecen como el borracho del barrio que deja su estela en el aire, que se queda dormido en la plaza, o en las gradas del hipódromo, que bebe para imaginar. Polifonía de una carrera es el vino, el brindis de los perdedores que volverán a apostar y preguntarse ¿qué haremos cuando hayamos ganado?

 

Algunos poemas de Polifonía de una carrera

 

 

El tiuque

 

Sostén la copa antes de hacer el juego

con la sensación de quien se asoma

a un charco profundo

el deseo en el peligro supera la razón

afuera parece ser un domingo más

 

ellos chocan sus copas festejando

-¿qué haremos cuando hayamos ganado?-

 

una libreta, un lápiz y un pañuelo

para hacer señas

junto pestañas a través del vidrio de una botella

 

la jugada aparece como una visión                          

sobre la pata coja babea

 

soy invisible a los ojos de los vertebrados

 

como tiuque

sobrevuelo tus parpados vencidos

envuelta en la ranura de los dedos curvos

susurro tus naipes

 

los cazadores juegan

sin advertir mi sombra

soy la niña que aborrece.

 

 

 

 

 

 

Dios cría infieles

 

Pero mi madre me cría

-o apuesta por mí-

desgrana porotos en verano

se pasea silenciosa de la cocina al cuarto

no le interesa ir a la iglesia los domingos

se queda mirando el hilo de luz

que entra tibio por la ventana

 

A veces la ayudo en las tareas del hogar

salivando monitos de porcelana china,

elefantes, japonesas de paraguas y floreros con enanos

juntos en una sola tribu

me pregunto cuál es el gusto por coleccionar figuritas

destinadas a quebrarse

quizás como recordatorio de un instante

las limpio con afán

para no olvidar

que aquí también nos trizamos.

 

 

Dos mil guineas

 

Estamos a tres cuerpos de la recta final

cada trote hace temblar la pista

un solo golpe de cuchillos estremece

tu costilla indomable

los insectos se colgarán de tu cola

atravesando ventanales

correrán tras de ti

y el barro seco en el aire

 

en algún lugar el recuerdo

será el destello de una guerra

una foto milimétrica en el ojo

con tu cuello alzado

estallando su derrame.

 

Lengua obscena

 

Los dedos colgantes revientan

llamando al triunfo

invisible

un ruido incesante de galope

los aullidos duplican

a salto traviesa

el brillo de sus mandíbulas

 

agudo

al ojímetro

como bala.

 

 

Muerte sonora

 

oír el ruido permanente de la fusta golpear

enfurecida sobre tu cuerpo

oír el choque de las patas al declive del galope

se revuelca como un vaso en la rodada

trisándose en cámara lenta sobre el pavimento.

 

Oír el sonido de mi corazón quebrarse

ese instinto animal que nos une al peligro

enfrentados a la violencia de esta pista

el mundo es violento

respira a una velocidad

inferior a mis pulmones

pulsa y rasguña

elegimos el juego

sin camino ni señal

 desvío la mirada

el vuelco de la cabeza de oreja a oreja

mientras caigo pienso que vuelo

como la armonía musical

 de un último tango de fondo

que se propague entre nosotros.

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