Declaración de existencia post-mortem

octubre 27, 2024
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Soy un lunar marchito que flota pasivo en un pequeño frasco de cloroformo. Fuiimpunemente removido de la mejilla izquierda de Leticia Díaz el pasado 30 de agosto a las 5:45 de la tarde en una clínica privada. El procedimiento quirúrgico lo realizó una dermatóloga certificada cuyo nombre no creo necesario mencionar aunque lo recuerdo claramente. Quisiera yo, mas no podría, decir que la remoción fue un auténtico desastre. Muy por el contrario, la precisión y delicadeza del corte me resultan, incluso a mí, que soy la víctima, dignas de admiración y me consta que ninguna de las partes experimentó dolor durante la separación. Leticia y yo nacimos un 29 de septiembre del año 1992 en la localidad de Pedro Luro, y aunque, en ese entonces, mi tamaño era proporcional a su joven vida, mi presencia fue inmediatamente percibida y considerada un objeto de contemplación. No negaré, pues sería mentira, que al comienzo esto me llenaba de seguridad y de orgullo. Era el lunar en la cara de Leticia. El único. Solía pensar en mí mismo como un punto final y en la mirada de ella como una sentencia. Lo que sea que dijeran sus ojos, yo lo reforzaba. Lo volvía culminante, súbito.

 

Nada de eso importa ya y por lo mismo es que me atrevo a contar esto. Cuando entramos en la pubertad, yo tripliqué mi tamaño y supe entonces lo que es el pánico. Me invadió el temor de que empezaran a denostar a Leticia con apodos peyorativos en el afán de herirla y tal vez precipitar en ella una mala decisión. Pero no fue así, la gente del pueblo nunca expresó incomodidad o disgusto conmigo. Podría asegurar ahora que tomó la idea de ese cantante español que es un hijo de Julio Iglesias y de quien me niego a decir su nombre por ser él mismo un representante de la más cobarde vanidad y un pésimo referente para la masa distraída que lo celebra, incluida Leticia quien es, si se me permite la indiscreción, una mujercita bastante influenciable.

 

Durante buena cantidad de tiempo creí sinceramente que mi ubicación en su rostro era un privilegio. La cercanía con los ojos me permitía conocer el mundo desde la altura. Yo me enteraba de las cosas porque las veía. Por eso presentí lo que Leticia estaba considerando hacer. Traté de convencerme de que algo así no podía pasarme. Negarlo fue

mi primera reacción. Repetí mil veces: le doy personalidad a su cara. Sin embargo, llegué aconocer mi destino un día, tras un comentario casual a su mejor amiga, quien validó ladecisión después de ojearme y doblar las comisuras de los labios en una mueca que bien podría calificar como asco.

 

Desde la inercia que me mantiene flotando en el rincón aséptico de un laboratorio tan blanco que duele, pienso en las últimas miradas que recibí de Leticia a través del espejo y me siento profundamente herido y avergonzado. Tengo, dentro de mí, la pena de quien comprende que lo peor ha pasado y, aun así, nada mejor viene en camino. Reconozco, por fin, que mi seguridad nunca fue otra cosa más que pura y vulgar ingenuidad.

 

Quiero por todo esto expresar, y que oiga quien oiga en esta soledad tan rotunda como hermética, que fue la profesional que año tras año dijo de mí que no soy peligroso y que no represento para la salud de la piel ningún tipo de amenaza, la misma persona que cortó mi raíz, separándome del cuerpo con quien fuimos un todo. Que se sepa también que en la extensión de mi vida estuve ubicado en la mejilla

izquierda de una joven llamada Leticia, que fui de ella su lunar marrón, benigno y sin pelos. Declaro, desde este vacío translúcido en el que estoy atrapado, que ella no tuvo el valor de apreciarme como un aporte a la personalidad de su rostro. Diré, por último, y es esto lo que me interesa subrayar, que, aunque hoy se mantenga en total obstinación por afirmar lo contrario, yo existí.

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