16 poemas del Caribe anglófono

octubre 16, 2017
-

/ por Gustavo Ramírez

 

 

A través de la rima, esa vieja conocida de la lírica, el refranero popular sentencia que “ladrón que le roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. Nada se nos dice, sin embargo, de la condena sobre la cual se aplicaría el beneficio ni tampoco si acaso es posible trasladar la atenuante a la persona (que es, por estos días, como ha resuelto denominarse quien suscribe) que seleccione un conjunto de poemas extraídos de una antología. Otro aforismo, esta vez sin rima, pero sí munido de ladina aliteración, homologa la figura del traductor a la del traidor. A este respecto también se debieran rendir algunas cuentas, toda vez que el conjunto que presenta (o lo intenta) esta introducción se compone de un puñado de poemas del Caribe anglófono. En nada ayuda, para quien se haya detenido a pensar con profundidad en el apotegma siciliano, que las razonables suspicacias acerca de la traducción pesan significativamente más sobre el género lírico. Pensemos mejor, más cerca de Lezama que de Derrida, que el ente poético enhebrado a través del ojo sideral del imago muda su milagro, en vez de anularlo a través del fatalismo al que instiga la alusión a la traición.

 

Esto nos lleva, por cierto, a una característica formal que podría vertebrar la mayoría de los poemas. Se trata de la economía expresiva con que son ejecutados algunos de los versos que conforman esta vitrina. Algunos de ellos, como “La cortesía”, el poema que abre la selección, adopta la fórmula resuelta del epigrama. La contundencia de su compacta hechura es, si se hace una traducción poética de la imagen que transmite, el equivalente al retruécano coloquial “corta”, y plasma de paso, de manera insuperable, la diferencia capital entre “darle color» como insulto y “ponerle color» como atributo.

 

En otras ocasiones, el ritmo se torna torrentoso y delirante. Así ocurre en “De moda”, donde la voz lírica parodia el barullo esquizoide que conforma la perorata turística. En cambio, hay veces en que la idea pulimenta cada uno de los versos que percuta el poema. Trabajos redondos, esféricos, pero ribeteados de fuego. A ese arsenal pertenecen “Tangente b” y «Tangente c», que, en dos sutiles movimientos, nos dan y quitan la idea de dios (pasada por el prisma catódico del televisor) para hablarnos del espectáculo como prueba irrefutable del baldío. O “Yo soy el hombre”, un texto que recuerda el “Soliloquio del individuo” de Nicanor Parra, pero investido de trazas anticoloniales y chorizas. E incluso “Querida historia”, un precioso y desolador poema que aborda la ominosa cotidianidad de la violencia contra las mujeres.

 

 

 

*

 

Ahora bien, dado que sin posibilidad de error el signo poético es forma y fondo (un funámbulo que transita entre el sonido y el sentido, dirá Jakobson), y conforme a esa condición es por derecho propio el género que mejor escenifica la esencia del signo lingüístico –su puesta en abismo, podría decirse–, sólo de manera metódica podemos distinguirlos, y hablar así de “forma”, aislándola de las temáticas que presentan estos poemas. Hecha esta aclaración, podemos decir que existen al menos tres líneas sobresalientes en los textos. La primera consiste en la metarreflexión poética, impulsada a partir de la inevitable racialización de las voces y el compromiso político que se desprende de la correspondiente expectativa lírica que provoca ese raigón. “Al editor que me pidió que le enviara alguno de mis poemas negros” y “Verdad y consecuencia” son trabajos que se pueden leer bajo esa tesitura, sin que ello signifique que otros títulos no se desplacen con soltura alrededor de la misma órbita: un tono predominantemente irónico que no se reserva ni la amargura ni la sordidez del recurso. Una variante de esta matriz elude el peso de la exigencia racial directa, construyendo escenas que regresan de manera tangencial a la cantera de la memoria familiar o la actualizan mediante la cruda experiencia de la migración. “Sobre su infidelidad” y el perfectamente fatídico “La medida exacta” son poemas que pertenecen a este registro, de igual modo que “La laguna”, “Debajo de estas piedras” y el deslumbrante y trágico “Madre e hijo”.

 

La segunda línea embiste de frente la problemática racial, como se lee en “Escuela colonial para niñas”, “Venta, un rap del milenio” y los ya mencionados “La cortesía” y “Yo soy el hombre”. Por último, la línea más llamativa de esta selección poética en términos políticos es la que componen aquellos textos que incorporan el discurso de género a sus versos. Destacan en esa inflexión “La llama sagrada” y el antes presentado “Querida historia”, ubicados estratégicamente hacia el final de este compacto cardumen lírico (para así asegurar la revisión íntegra de los textos o condenar al lector ansioso a la displicente deriva del scroll).

 

En conclusión, el conjunto de poemas del Caribe anglófono parece coincidir con esa “moral” con que Frederic Jameson define el fenómeno poético, entendida como “el enfoque cualitativo de la conducta humana y la experiencia”. Visto, eso sí, desde la específica y siempre riquísima perspectiva antillana.

 

 

 

*

 

Para Keith Ellis, el investigador jamaiquino detrás de los dos tomos de la antología desde donde parasita esta entrada (publicada, cómo no, por Casa de las Américas en Cuba), las claves de lectura de los poemas del Caribe anglófono contemporáneo estriban en dos grandes modulaciones. La primera es “la propensión a la violencia social reflejada en una parte notable de la poesía». La segunda, «estrechamente relacionada con la primera, es la casi total ausencia de ternura en las relaciones personales, incluso en lo que deben ser relaciones amorosas”, que para él son el resultado de la identificación del legado colonial como “fomentador de relaciones sociales divisionistas y hostiles y de la necesidad de exponer su funcionamientos y efectos”.

 

El Caribe anglófono está compuesto por Jamaica, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Dominica, Granada, Jamaica, Santa Lucía, St. Vincent y Trinidad y Tobago. La mayoría de estos países se ubica en las Antillas menores, un arco de islas que parecen preludiar de forma gradual la extensión que el territorio insular irá proyectando desde Puerto Rico hasta Cuba. Vista en el mapa su casi perfecta progresión, podría pasar por un conjunto de fósiles que forman la cola de un enorme lagarto antediluviano.

 

Si bien las y los poetas de la presente selección son de una generación sucesora a la de los grandes autores de la región, como el nobel de literatura Derek Walcott (fallecido este año), Kamau Brathwaite, Maryse Condé o George Lamming, son de todas formas, en promedio, mayores que Rihanna.

 

Para concluir, habría que decir que dos son los vientos (que no son pocos vientos, permítaseme apostillar) que atraviesan la efigie insular de estas islas y resulta fundamental para la lectura de estos poemas que sus nombres sean escrupulosamente memorizados: barlovento y sotavento.

 

Dada esa última coordenada, no queda más que solicitar la anuencia de los cien años de perdón o, en su lugar, el siempre pirulo arresto domiciliario (si es durante los días de lluvia, mucho mejor).

La cortesía

Una Marson

 

Nos dicen

Que tenemos la piel negra

Pero el corazón blanco.

 

Les decimos

Que tienen la piel blanca

Pero el corazón negro.

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

 

 

Al editor que me pidió que le enviara algunos de mis poemas negros

Edward Baugh

 

Amigo, al principio pensé

que me había descubierto totalmente,

que me había encontrado una falla:

¡No tenía verso codificado según el color!

Pero luego de repente me vino una idea retrospectiva;

en verdad, mis poemas son tan negros

que son invisibles aun para mí,

usted no podría verlos

si yo debiera enviárselos;

además, lo que es peor,

su gravedad es tan intensa

que cualquier luz que se arriesgue a acercarse

a ellos sencillamente desaparece; usted también

estaría para siempre perdido para la vista;

y así, por consiguiente,

por no desear ponerlo a usted

y su seguridad en peligro,

le ruego, respetuosamente, me permita rehusar.

 

 

Traducción de Mireille Milfort Ariza

 

 

 

De moda

Christian Campbell

 

Nunca nací,

del agua salí un día,

reluciente y negro.

Del agua salí un día,

entre Atlantis y el Shack.

 

Yo, yo soy de canciones de concha

y fuego y debajo barras de limbo,

monos de madera en barriles

donde grandotes penes saltan,

casas de tablilla, gombé,

un bop de galopín, el Ministerio

de Turismo. Es lo mío, es lo mío.

 

Soy de músculo

y ron y paja.

Quitasoles minúsculos y cuentas.

Y la Biblia y Shakespeare

y África.

 

Tenía tetas,

maduras y tocables. Fui

vendedora de mercado. Fui

bananero. Solía

hacer la danza de fuego.

 

Solía pilotear los botes

de suelo de vidrio. Solía alquilar jet skis

en el reino de esta playa.

 

Podía copular

como un tambor de piel de cabra.

Pero las trenceras me robaron la letra de mi canción:

Muchachabonita Muchachabonita Muchachabonita,

podía copular como un tambor.

 

Todo el día levanto cantidades

de piernas. Rondo las calles. Me paseo.

 

Alguien viola a una muchacha blanca,

dejándola para morir en el arbusto.

Levanto cantidades de piernas. Rondo las calles. Me paseo.

 

Los negros creen que somos

familia, pero no conozco

en absoluto a esos negritos.

 

Estos hoteles son como montañas.

Tienes que ir descalzo.

Tienes que bailar.

Tienes que tener pecho.

 

Cuando mis rizos de miedo empiecen a brotar,

ganaré el doble.

 

Oh, tengo demasiado

para desear más.

 

América, América. Sí, América.

Yo controlo las islas. Ven.

Búscame.

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

 

 

Yo soy el hombre

Mervyn Morris

 

Yo soy el hombre que construye su casa sobre mierda

Y soy el hombre que te vio allanarla

Yo soy el hombre que no tiene dirección fija

Sígueme ahora

 

Yo soy el hombre que no tiene empleo

Yo soy el hombre que no tiene voto

Yo soy el hombre que no tiene opción

Óyeme ahora

 

Yo soy el hombre que no tiene nombre

Yo soy el hombre que no tiene hogar

Yo soy el hombre que no tiene esperanza

No tengo nada

 

Yo soy el hombre que afila la navaja

Yo soy el hombre que fabrica la bomba

Yo soy el hombre que agarra la pistola

Estúdiame ahora

 

 

Traducción de Ana Ramos

 

 

 

La medida exacta

Anthony McNeill

 

La habitación al principio fue solo una habitación.

Algo donde dormir o trabajar.

Un refugio cuando caía la lluvia

o cuando el cielo estallaba al mediodía.

 

El tamaño real de la habitación

era, en verdad, impresionantemente normal.

Pero él nunca pudo verlo del todo bien,

siempre era demasiado grande o muy pequeño.

 

Un día, sin embargo, oyendo las paredes

como templos alrededor de sus oídos,

él agarró un arma o una vara de medir,

la utilizó, y obtuvo la medida exacta.

 

 

Traducción de Trinidad Mendoza y Francisco Garzón Céspedes

 

 

 

Sobre su infidelidad

David Dabydeen

 

No estaban acostumbrados al espacio

Excepto a una porción de portilla que mostraba el cielo

Imaginados, o amontonados dentro de los logies[1]

Las puertas entreabiertas a los cañaverales atorados de trabajo.

Su madre soltaba un nuevo hijo cada año

Y no alcanzaba el afecto entre tantos.

Su madre era un saco de cangrejos en la matriz, arañando,

Triturando,

Rasgando

En busca de aire.

Ahora seguro podrás ver

Por qué él busca

El amplio espacio y porción exclusiva de tu corazón

En donde estar singularmente libre.

 

Y todo mi hablar furioso sobre la fidelidad

Se debió a eso ves.

 

 

Traducción de Miguel Serrano.

 

 

 

Tangente b

Kei Miller

 

Cuando el predicador de TV llegó a Jamaica,

Heroes Circle se volvió una carpa enorme, vibrando

al sonar las panderetas, inflamada de náuseas

como si se hubieran vaciado los hospicios de los que aún no han muerto.

En ese montón horrible de ojos amarillos,

de rostros demacrados, de vendajes sucios y de tos

grave, la gente mantenía su fe

mayor que los granos de mostaza. Y una ciega,

acostada en la camilla que empujaban, gritó

«¡Yo creo! ¡Yo creo!», para hacer cesar la oscuridad.

 

Cuando el predicador de televisión se marchó

y todos los sanos regresaron a sus casas cantando «Todo es bueno»

apilaron a los enfermos como andrajos, y un hombre,

ciego a todos los desmanes de la juventud,

le dijo a la ciega que él había empujado por allí

«Fe, hermana. Tu fe no fue suficiente».

 

 

Traducción de Lourdes Arencibia Rodríguez y Keith Ellis

 

 

 

Tangente c

Kei Miller

 

Solía rezar para que vinieran huracanes. Nunca había visto uno

pero podía imaginar cómo, en el portento

de su ritmo sin metro, en su verso tan libre,

las casas podían ser levantadas y convertidas

en nada. Una vez, en junio, una mujer de pie en el barro

confesó ante las cámaras del noticiero que durante la tormenta

encendió velas en cada esquina de la casa

y rezó; por eso fue perdonada

pero mientras proclamaba su fe

un montoncito de zinc y tablas navegó

barranco abajo. Se viró y echó a correr,

para perseguir su casa, para perseguir su dios.

Es igual.

 

 

Traducción de Lourdes Arencibia Rodríguez y Keith Ellis

 

 

 

Verdad y consecuencia

Edward Baugh

 

Cuando la muchedumbre se viró

hacia él

el hombre gritó

«Yo no soy la persona que buscan.

Soy Cinna el poeta.

¡Jamás me he metido en política!»

 

La turba fue más sabia. «Entonces háganlo trizas»,

gritó la respuesta, «¡háganlo trizas

por sus malos versos!».

 

Fue entonces que aprendió

demasiado tarde

que no hay tal cosa como «sólo literatura».

Cada verso te compromete.

Los que pensaste que habían muerto se alzarán,

acusando. Y si alegas

que los escribiste sin querer,

entonces siente la responsabilidad

explotar sobre ti en súbito sudor

cuando la bestia avanza.

 

 

Traducción de Lourdes Arencibia Rodríguez y Keith Ellis

 

 

 

Escuela colonial para niñas

Olive Senior

 

para Marlene Smith MacLeish

 

Imágenes prestadas

nos hicieron desear pálidas pieles

ahogaron nuestra risa

atenuaron nuestras voces

alargaron nuestras faldas

plancharon nuestro pelo

negaron nuestro sexo con túnicas y bombachos

enjaezaron nuestras voces a madrigales

y aires refinados

uncieron nuestras mentes a las declinaciones latinas

y al lenguaje de Shakespeare

 

   No nos decían nada sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

Cómo aquellos pálidos ojos nórdicos

y aristocráticos susurros antes nos borraban

cómo nuestras altas voces, nuestra risa

nos degradaban.

 

   No quedaba nada de nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Estudiando: Historia Antigua y Moderna

Los reyes y reinas de Inglaterra

Las estepas de Rusia

Los trigales de Canadá

 

   No había allí nada de nuestros paisajes

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Marcus Garvey se revolvió en su tumba.

El año treinta y ocho fue un faro. Una llama.

Hablaban contra la segregación

en Little Rock, Arkansas, de Lumumba

y el Congo. Para nosotras jerigonza.

Habíamos leído a Vachel Lindsay

y su visión de la jungla.

 

   Sin sentir nada sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Meses, años, toda una infancia memorizando

las declinaciones latinas

(Por usar nuestra lengua

–«el mal hablar»–

penitencias)

 

   Sin encontrar nada allí sobre nosotras

   Nada en lo absoluto sobre nosotras

 

Así que, amiga de mi infancia

Algún día hablaremos sobre

Cómo se rompió el espejo

Quién nos despertó con un beso

Quién soltó a Anansi[2]

 

Pues, ¿no resulta extraño cómo

los ojos nórdicos

hoy, en este momento más radiante

 

palidecen?

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

 

 

La laguna

Meryn Morris

 

En la aldea había una laguna

adonde los niños, según había escuchado hasta el cansancio,

no debían acercarse.

 

Es una charca insondable, decían,

que traga indefectiblemente hombres y animales;

y en el fondo, advertían los viejos,

nadan lagartijas y horrores innombrables;

los chicos más astutos nunca se acercaban.

 

Aunque sentía la fuerte atracción por las prohibiciones,

el pequeño, atrapado por el medio, no se atrevió;

hasta que un húmedo verano en que la hierba crecía pródiga,

los senderos inundados, resbalosos,

apareció allí, en la orilla fabulosa.

La triste laguna estaba oscura.

De repente, escapado de las nubes, brilló

el sol; y, trémulo por la culpa,

vio su propio rostro mirando con curiosidad desde la laguna.

 

 

Traducción de Julio Llópiz Pacheco y Keith Ellis

 

 

 

Madre e hijo

Shara McCallum

 

Perdona al artista esta escena.

Le enseñaron a pintar lo que puede ver.

Perdona el sol que brilló aquel día,

la luz reluciendo desde la piel nuez moscada de la madre,

encontrando belleza en los lugares más improbables.

Perdona al niño muerto en sus brazos

por haber corrido donde pasaba la bala

como si corriera tras la cola de un volantín.[3]

Perdona los pinceles. Perdona la pintura.

Perdona la ancha «o» en la boca de la madre

el gemido que quedará para siempre

empotrado en su garganta.

Perdona el silencio del lienzo

como el silencio de Dios

que espera para llenarse de sonido.

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

 

 

Debajo de estas piedras

Delores Gauntlett

 

Este es el sitio donde se erguía la pared:

la casa del padre de mi padre

destruida por el fuego

donde el olor de los rojos granos de café colmaba el aire

y el humo se elevaba en silencio.

 

La casa que visité el año

en que mi padre no pudo traer de vuelta al suyo,

es ahora un recuerdo o este hoyo lleno de siempre viva,

el trillo de la entrada invadido por plantas

cuyos tallos pelábamos para hacer muñecos de palo.

 

Ahora, bajo las piedras quemadas de los cimientos,

yace la inerte arcilla empapada de la vida de mi abuelo:

una vida que nunca conocí.

No hay fotos de donde sacar su cara,

no obstante su presencia palpita

en la riqueza de una tarde septembrina.

 

Todo recuerdo ha de despuntar en algún lado:

El aire palpable con la gracia de una gallina bebiendo,

Pavonéandose al dirigirse al nido con una promesa que cumplir.

Su cloqueo bajo la sombra de las hojas del plátano

que brillaban con el rocío matinal,

sin saber lo que era el tiempo ni adónde iba,

los días repletos de árboles que escalar.

 

 

Traducción de Miguel Serrano

 

 

 

Querida historia

Shara McCallum

 

Créeme cuando te digo

que no sabía su nombre.

 

pero recuerdo el color de su vestido:

rojo, como mi propio uniforme de escuela.

 

No sabía que la muerte podía llegar a una muchacha

camino a su casa, palo en la mano,

 

trazando círculos en la tierra,

cantando mientras caminaba.

 

No sabía que la muerte

encontraría a alguien

 

por llevar un vestido de color inoportuno

en la parte inapropiada de la ciudad.

 

Mis padres hablaron en voz baja,

Pero oí la historia de su cuerpo

 

arrastrado de la calle hasta el barranco,

dejado sucio en semen y sangre.

 

Oí la canción que cantó,

la que ojalá pudiera cantar ahora.

 

En verdad, yo fui esa muchacha.

En verdad, nunca estuve allí.

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

 

 

La llama sagrada

Grace Nichols

 

Nuestras mujeres

aquellas que yo dejé atrás

conocen siempre el sabor

de su propia entereza

–aun amarga como a veces es–.

 

Pero yo

provista solamente

Con la sonrisa de mi madre

debo estar siempre ordenando mi vida

como dispersas cuentas.

 

Cuál era tu secreto, madre,

–el que hizo de ti una mujer

y no solo la esposa de Akosua–.

 

Con tus muslos diste

una generación de hijos hermosos.

 

Con tu mente impulsaste cultivos

y lograste una buena cosecha.

 

Con tus manos y corazón

caldo de plátano y amor.

 

Pero la llama sagrada de tu alma de mujer

no la entregaste a ningún hombre, madre.

 

Entonces ese quizás fue el secreto

el que hizo de ti una mujer

y no solo la esposa de Akosua.

 

 

Traducción de Carolina Cintra

 

 

 

Venta: un rap del milenio

Kendel Hippolyte

 

Para George Lamming

 

Todo tenía que venderse, había cosas nuevas que ofrecer

El viejo surtido en liquidación, el siglo terminaba

Un último frenesí de adquirir y gastar

Mercancías abundantes desde el cielo hasta el infierno

Ganancias a escala gigantesca

Era la venta del siglo

En el siglo de la venta.

 

Había platos para cereales hechos de calaveras de Cambodia

Finas esculturas de esqueletos de Etiopía

La gente va frenética hacia los zapatos, de todos los tipos y todos los números

surtidos limitados de las fábricas de Auschwitz

Y se licitaba por el Santo Grial

En la venta del siglo

En el siglo de la venta

 

Grandes surtidos de órganos, internos, externos

Placentas e hígados nuevos, globos del ojo sin usar, corazones nuevos

Megagalones de sangre, silos llenos de tuétano

Un tráfico enérgico de dirección única en partes usadas del cuerpo

Del Sur al Norte, del Este al Oeste, al por mayor y al por menor

Los pobres se vendieron a sí mismos

En el siglo de la venta

 

Demanda y oferta reinaron en las grandes aulas

Los datos eran caros; la sabiduría, gratuita

Una producción del conocimiento que las corporaciones patrocinan

Comida rápida intelectual, cortesía de McD

Y Oxford y Cambridge y Harvard y Yale

Fueron compradas por el Coronel

En el siglo de la venta

 

Vino Mefistófeles, brindando diamantes y oro

Pero no atrajo cliente alguno, todas las almas estaban vendidas

Atadas en inversiones, puestas en bonos y en acciones

Selladas en una cartera, cerradas en una caja fuerte

Satanás ofreció el mundo entero –y fue en vano–

Las almas no valían para nada

En el siglo de la venta

 

En siglos pasados, la muerte era la que igualaba a todos

Y el nacimiento era el principio de todas las posibilidades

Ahora en la muerte no había ningún uso, un cheque sin fondos

Y el nacimiento era negociable, dependía de los honorarios

Asesinatos por contrato, bebés por correo electrónico

Todo fue lo mismo

En el siglo de la venta

 

El dinero compró literalmente el tiempo y el tiempo se transformó en dinero

Encontraron modos de convertir milenios en millones

Así que con niños pobres/muertos de los barrios bajos y patricios ricos/viejos

Llegamos al final del siglo veinte

La historia con etiquetas puestas con sus precios, futuros en venta

Toda la alegría y la razón por vivir vuelta seca y dura

pero había que venderlo todo o quebraría el mercado

Y ahora la historia gritaba un último gemido amargo

Por valles de pavor con sus minas explotadas, lluvia ácida

De majestad astuta

 

Las derivas grises del desorden, desechos blancos de los muertos

Para el teletipo de cotizaciones balbuciendo sus oscuras

Líneas de ganancias

Para la ausencia de esperanza, de amor y la muerte que no muere

La historia gritaba por todo lo perdido

Por el incontable, impagable, insostenible precio

De una avaricia tan enorme que era de escala cósmica

Y había regido todas nuestras vidas

En el siglo de la venta

 

 

Traducción de Keith Ellis

 

–––

 

[1] Logies: antiguos barracones de esclavos donde se alojaban los trabajadores indios recién llegados bajo contrato de cumplimiento forzoso. Nota del libro.

 

[2] Anansi, una araña, es un personaje picaresco en el folclor de África Occidental y el Caribe. Nota del libro.

 

[3] «Cometa» en el original.

 

 

 

[Portada] Kingston, Jamaica.

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